
Morelia, Michoacán.- A las cuatro de la tarde en punto, cuando el sol comenzaba a bajar y teñía de naranja las calles de Irapuato, los Hijos de la Mermelada ya estaban listos para emprender una nueva aventura. En la explanada del Sergio León Chávez se reunieron decenas de aficionados: algunos ajustando sus tambores, otros repartiendo banderas, y muchos más cargando las gargantas que serían su mejor instrumento del día. La misión era clara: llevar el aliento fresero hasta Morelia para el duelo entre Irapuato y el Club Atlético Morelia.
Dos autobuses aguardaban con motores encendidos, mientras varios más optaron por trasladarse en vehículos particulares. Entre bromas, prisas y últimas fotos, la porra subió al autobús principal, donde pronto se darían cuenta de que el conductor tenía un estilo particular. “En vez de Hijos de la Mermelada, hoy van a ser ángeles”, decía entre risa y risa, mientras aceleraba con una intrépida seguridad que mantuvo a todos atentos a cada curva de la autopista.

El convoy fresero apareció entre las avenidas de la capital michoacana con una energía que contrastaba con la tranquilidad de la tarde. Apenas detuvieron los autobuses cerca del Estadio Morelos, los integrantes de la porra bajaron apresurados, desempacando trompetas, tambores y bombos.
Antes de cualquier marcha o caminata, había una ceremonia obligatoria: afinar los instrumentos.
Con cada nota de prueba, los curiosos volteaban. En cuanto el bombo marcó el ritmo, los Hijos de la Mermelada hicieron lo suyo:
“¡Señores llegó La merme! ¡La merme ya llegó!”, tronó desde el estacionamiento, haciendo eco entre bardas y voltear cabezas de los aficionados locales, sorprendidos por el estruendo de aquella caravana rojiazul.
Pero el ánimo chocó con un muro inesperado: la policía local notificó que ningún instrumento podría ingresar al Estadio Morelos. Los tambores quedaron recargados sobre los autobuses, como si también protestaran en silencio.

Lejos de apagarse, la porra decidió entonces cantar más fuerte.
“Si no es con tambores, será con garganta”, dijo uno de los líderes mientras organizaba los cánticos a capela.
En las tribunas visitantes, “la merme” no dejó de saltar. Cada ataque del Irapuato tenía su coro, cada pausa su ritmo improvisado. Los aficionados michoacanos volteaban incrédulos: su estadio retumbaba sin un solo instrumento.
Al iniciar el encuentro un nuevo embate por parte de las autoridades que pidieron que la porra se replegara hacia una esquina solitaria del estadio, a pesar de esto la merme cantó más fuerte.
El partido, intenso y disputado, terminó con un empate sin goles, pero la tribuna fresera nunca bajó la intensidad.
Ya fuera del estadio, la historia tenía un capítulo pendiente. Los Hijos de la Mermelada recuperaron sus instrumentos del autobús, y sin pensarlo dos veces, el estacionamiento del Morelos se convirtió en escenario.

Otra vez sonó:
“Señores llegó La merme”, esta vez acompañado de trompetas, tamboras y bombos que por fin pudieron rugir.
Con la noche avanzando, llegó la hora del regreso. El viaje de vuelta tuvo un tono distinto: el cansancio acumulado y la voz gastada hicieron que la porra durmiera casi todo el camino. Sin sobresaltos, los autobuses entraron de nuevo a Irapuato hasta detenerse frente al Sergio León Chávez.
Allí, en su casa, la promesa quedó en el aire:
el próximo sábado, con instrumentos en mano y en su propio estadio, harán retumbar cada pared del Sergio León Chávez.
Porque así viajan, así cantan y así viven los Hijos de la Mermelada: haciendo ruido donde sea y honrando los colores de la Trinca.
