—¡Ciento uno punto cinco efe eme?, Hoola…
—¡¡Hola!!…
—¿A quién tenemos en la línea?
—Martha… qué emoción…
—Martha…. reconozco tu voz… ya van tres discos que te ganas. El último fue el de Alaska y Dinarama.
—¿Y a quién le importa?.. ajajaja.
—Jajaja, me encanta tu sentido del humor.
—… hoy no tenemos discos.. pero tenemos un boleto sencillo para el concierto de Sasha.
No me extraña nada.. ya estoy lista para participar.
—¡Tranquila!, ¡tranquila!….
— Para ganarte el boleto Martha, es muy sencillo, solamente tienes que contestar correctamente la siguiente pregunta… ¿estás lista? —preguntó el famoso locutor.
— ¡Lista, lista!, —decía emocionada.
— Menciona uno de los autores de la letra de “La Leyen…”
— ¡¡Kiko Campos!! ¡¡Kiko Kampos!!
— ¡Ahhajale…! … a ver.. menciona otras dos canciones del mismo autor…
— ¡Rueda mi mente! Y ¡¡No me extraña nada!!
— ¡¡Correcto!!!..
¿Son dos boletos, verdad, son dos boletos?
— No mi querida Martha.. solamente es uno.. pero llama mañana tenemos más sorpresas para ti y para todo el auditorio.
En la radio se escuchaban los comerciales, mientras Martha mi hermana brincaba de la emoción. Ese día por la tarde, llego cabizbaja luego de recoger su premio.
— ¿No quieres ir al concierto?, me preguntó de pronto mi hermana.
— ¿No ibas a ir tú?, te veía muy emocionada… le contesté.—La verdad, no tengo dinero para los pasajes. Si lo quieres ahí está, me decía al tiempo que lo dejaba sobre la mesita de la sala.
Tomé aquel boleto que decía: Cortesía, personal. Me fui a mi cuarto y de mi mochila saqué el libro de inglés de primer semestre. “Reading, Structure and Strategy”. La materia de inglés era la que más odiaba, por encima de las Matemáticas y Metodología de la Investigación.
Precisamente por eso, debajo de aquel forro transparente, estaba uno de mis dibujos favoritos. Me había llevado horas y horas, era de mi amor platónico, era la Dama de Negro. Con su coletita bien amarrada, sus guantes negros, sus puños en blanco y su característico copete tipo código de barras. Estaba de perfil, a lápiz. No utilicé toda la gama de aquellos lápices azules. Tenía un gran mérito haberlo dibujado solamente con el HB sobre una simple hoja de papel bond. Eso era lo de menos. Ver a Sasha en la portada de aquel libro, me invitaba a animarme a leer el primer capítulo “The Tipical Pigmes”.
Si mi hermana no tenía dinero, a mis dieciséis años yo estaba totalmente en ceros. Eso no iba a ser motivo para perderme el concierto de mi amor.
Tomé un papel y lápiz y comencé a hacer cuentas. De casa a la central… ve voy caminando, media hora. De Irapuato a Salamanca, quince pesos. De la central de Salamanca al centro de convenciones…. Cincuenta pesos. Pasaje de vuelta, quince pesos. De la central a la casa…mmmm me la aviento caminando. Total: ochenta pesos. Con ochenta pesos era más que suficiente. Tenía menos de ocho horas para conseguirlos.
Tenía mucha pena, pero tomé una cubeta y un trapo y me robé un puño de detergente. Le toqué a la vecina y le pregunté que si le lavaba su auto. Fueron cuatro los vecinos que me apoyaron con veinte pesos cada uno por lavarles sus naves. No requería más. Con eso era más que suficiente.
El concierto empezaría a las diez de la noche. Me puse mi sudadera favorita, era negra con los puños blancos. Quité el forro del libro de inglés y con mucho cuidado doblé en cuatro partes mi preciado dibujo tratando de no maltratarlo. Me guardé un plumón indeleble soñando que podía conseguir su autógrafo… ¡¡sería genial!!, pensé.
Me dirigí a la central de autobuses…siempre si me aventé un poco más de media hora caminando. Tomé el camión rumbo a Salamanca, mientras acariciaba aquel boleto. Al descender, caminé un par de cuadras, dicen que los taxistas de ahí cobran muy caro y te la dejan caer. Le hice una parada a uno y le pregunté que cuánto me cobraba hasta el Centro de Convenciones.
—Ciento cincuenta amigo.
—No, gracias, le dije. Wey, si no te voy a comprar el carro, solamente quiero un viaje, pensé.
— Y así uno y otro y otro. El más barato me cobraba ochenta pesos. Todo mi capital eran apenas sesenta y cinco pesos. El concierto estaba por empezar y comencé a ponerme nervioso.
— De pronto se estacionó un taxista junto a mi.
—¿A dónde vas amigo?
— Al Centro de Convenciones.
— ¿Cuánto traes?, me preguntó…
— Cuarenta y cinco, le dije.
Soltó la carcajada. Súbete, andas de suerte, vivo por aquel rumbo y ya no iba a subir pasaje. Me subí en la parte de atrás. Iba emocionado, y al mismo tiempo nervioso. Me puse nervioso cuando supe que las cuentas no me salían. ¿Ahora cómo me regresaría del concierto a la Central? Era algo que no tenía contemplado.
Veía con atención todo lo que estaba durante el trayecto, sabía que me lo tendría que memorizar, pues no había de otra, me lo tendría que aventar caminando de regreso.
Luego de veinte minutos, por fin llegamos. Junté mis moneditas, se las entregué y me bajé corriendo. Solo le di cuarenta pesos. Pensé que de algo me servirían los diez pesos que traía de reserva.
Corrí tan rápido como pude… ¡¡¡alcánzame!!! Pensé.. mientras sonreía con el boleto en mano.
Fue hasta entonces que reaccioné. Estaba todo solo. Y cuando digo solo… es solo. Atravesé todo el estacionamiento y llegué a la puerta principal. Ahí estaban dos hombres trajeados, eran los de seguridad.
—Aquí tiene mi boleto, les decía todo agitado….
—Buenas noches Caballero, me dijo mientras me veía de arriba abajo. Mis tenis se hicieron chiquitos solo con la mirada que les aventaron.
—Le dio el boleto a su compañero mientras lo escudriñaban de arriba abajo.
—Jaj, ja, ja, soltaron una carcajadota.
—Es bueno…. Se los aseguro…
—¡¡Es una cortesía amigo!!, jajajaja, me decían sin parar de reír.
— No entiendo… vale lo mismo ¿no?.
— Si amigo.. si puedes entrar… pero necesitas la renta de la silla.
— ¿Renta?, ¿silla?… no entendía nada.
— Si, son ciento veinte pesos de la silla. Más las bebidas.
— Entré en shock. Una pareja llegó en un lujoso auto. Iban vestidos muy formales y de manera elegante.
— Mmmmm… no tengo dinero, les dije. Por ahí me quedo paradito, les dije inocentemente.
— No amigo, todos van sentados, y las mesas son para cuatro. Si vienes solo son cuatrocientos ochenta pesos.
— No pude con tanto. Me senté en una jardinera que estaba a un costado. Me conformaré con escucharla desde aquí afuera, pensé.
— Estaba tan metido en mis pensamientos, que ni siquiera me di cuenta cuando enfrente de mi estaba el taxista que me había dejado.
— ¿Creíste que te ibas a burlar de mi? ¿Todavía te hice favor de traer casi gratis y te bajas corriendo? Eso no se hace niño, me dijo.
Discretamente me paré, y le di los diez pesos que le había quedado a deber, mientras el par de guardias no me quitaban la mirada de encima. El taxista se fue mentándome la madre. Y uno de los guardias se me acercó.
—¿Entonces amigo, vas a entrar o no?, me preguntó.
—Ya le dije que no traigo dinero, contesté.
— Ja, ja, ja, —nuevamente esa carcajada que no puedo quitarme de la cabeza.
—Amigo, no me engañes. Vi que tu papá vino a traerte dinero.
— ¿Mi papá?, pregunté confundido.
—Si, tu papá, el taxista, me dijo en tono discriminatorio.
—Tomé aire y le dije: Amigo… en buena onda.. me bajé corriendo del taxi porque no completaba lo del pasaje. Prácticamente se llevó mis únicas monedas.
Fue hasta entonces que aquel guardia duro y mamón se enterneció un poco. Mitad por lástima, mitad por mi ingenuidad.
— No te preocupes amigo, de hecho, te voy a confesar algo, seguramente el concierto se va a cancelar, casi no se vendieron boletos, porque la neta si están caros. Así es que… mejor regrésate a tu casa.
— ¿En serio no va a haber concierto?.
— Es en serio… no ves que ni ha llegado gente.
Y tenía razón. Eso estaba más muerto que un cementerio.
— O bien, —me dijo: Si quieres espérate haber si de para casualidad se hace… aún no nos han dicho nada, pero creo solo estarán unas ochenta personas a lo mucho. Es más, si se hace… te dejo pasar, hay una mesa con tres chicos, igual te sientas con ellos para no meterme en broncas. Se ve que son buena onda.
Pasó una hora completita. Y apenas vi que llegaban algunas personas. En el estacionamiento habría unos veinte vehículos.
De pronto… sucedió la magia.
—¡¡Amigo… amigo.. ven córrele!!, me gritaba el guardia. Sí va a salir a cantar.
Me acompañó hasta aquella mesa con tres chicos, les preguntó si no tenían problema que me sentara en su mesa.
Amablemente me invitaron a sentar. Eran casi de mi edad, un poco más grandes, tal vez dieciocho o diecinueve años.
Llegó el mesero y me entregó la carta de vinos. Hasta entonces me di cuenta de mi verdadera pobreza. Solo de ver los precios se me revolvía el estómago.
—Otros tres Torres, iguales, pintados, dijo uno de ellos.
—¿Quieres uno?, me preguntaron.
—Mmmm, no gracias, no bebo.
—Anda, pide algo… nosotros te invitamos.
— …. gracias.. así estoy bien.
— Una coca cola para el amigo, le ordenó al mesero.
— Gracias… asentí. Con el costó de ese refresco seguramente me podía ir en taxi hasta la casa, pensé.
Y Sasha nomás no salía y no salía. Traté de pasarla bien, platiqué con aquellos amigos ocasionales, y resultó que algunos se sus maestros de secundaria, fueron los mismos que me dieron clases… pero en diferentes escuelas, obviamente.
Me estuve chiquitiando mi refresco, y ellos ya habían pedido al menos otras tres rondas de Torres.
—Otro refresco al amigo, le hacían señas al mesero.
En eso estaba.. cuando.. llegó la magia. Las luces se apagaron y los poquitos asistentes que estábamos en aquel gran salón gritamos como locos.
— “Rueda mi mente no se detiene, presiento que ya no se detendrá.
Ahí estaba, como una diosa, como una reina, toda de negro junto a sus bailarines. Mi emoción era tan grande que ya ni siquiera me acordaba por todo lo que había pasado.
Y así…. Canción tras canción, no había un escenario como tal, sino que un juego de luces la acompañaban hacia donde ella se movía. Paseaba por las mesas y sonreía sin dejar de cantar y de bailar.
En la bolsa del pantalón tenía mi humilde dibujo. Lo saqué discretamente desdoblándolo y lo puse sobre mis piernas. No estaba seguro si sería correcto pedirle un autógrafo en plena cantada… o más bien, no sabía si tendría el valor siquiera de poder mirarla tan de cerca.
Las luces se apagaron nuevamente, y al momento que se encendió aquella luz que la seguía la tenía exactamente a mi lado. De reojo vi mi hojita de papel y solo me guiño el ojo.
Se acercó tanto a mi, que su copete me rozó la mejilla…
— “En un rincón lejano, se develó el arcano y dijo que llegaría… Caballero de mi amor..”
Fue un momento inolvidable. Aunque quedé en shock, lo disfruté tanto que a la fecha me siguen sudando las manos.
Cuando se apagaron las luces para terminar su presentación, regreso y nos dio las gracias… parecía como muy personalizado. En mi vida hubiera soñado… lanzó un beso y grito… ¡¡Corre por la leyenda!!
Todos aplaudimos y aquellos chicos de la mesa se pusieron de pie.
Ya andaban un poco ebrios, al tiempo que se despedían.
— ¿Van a venir por ti?… ¿quieres que te echemos un rayte?
— No… muchas gracias,, ahorita tomo un taxi y voy a la central.
—¿Seguro?.
— Si.. si claro… muchas gracias por todo, les dije.
Cuando salí a aquel estacionamiento, ya no estaban ni siquiera los guardias. Un auto paso a toda velocidad … eran aquellos… chicos que todavía traían fiesta para rato. Me decían adiós mientras agitaban efusivamente las manos por la ventana.
A mis dieciséis tenía una infinidad de problemas. Sin lugar a dudas el problema más crítico era el sentido de la ubicación. Me costaba mucho trabajo… a la fecha… saber si es para arriba, o para abajo, a la izquierda o a la derecha.
En la recepción de aquel salón, se alcanzaba a ver desde afuera un reloj en la pared. Las dos treinta de la mañana.
Tomé aire… y me puse a caminar. Reconozco que no tenía n la más mínima idea que camino debería tomar. Todo era una oscuridad total, ver a mi novia tan cerquita de daba ánimos para no desfallecer.
Caminé unos trescientos metros y me arrepentí. Seguro por ahí no llegué. Y voy de vuelta.. camine y camine. Aquel boulevard estaba en solitario. Todo era oscuridad y había comenzado a refrescar. Mi negra sudadera con puños blancos apenas y me cubría de aquella brisa que se sentía.
Por fin, luego de caminar más de un kilómetro, apareció una sombra en una obra en construcción. Era un señor grande… no anciano, pero si mayor. Traía una gorra y un palo en las manos.
—¿Qué buscas amigo?.
—Ayúdeme por favor… necesito llegar hasta la central de autobuses.
—¿La central de autobuses?…. Uhhh amigo, por aquí no pasan taxis, pero igual si quieres esperarlo por aquí.
—Creo que no me explique le dije.
— Necesito llegar a la central de autobuses… ca-mi-nan-do.
— ¿Caminando?.. es broma… está lejísimos.
— Ya sé que está lejísimos… pero no tengo de otra… no tengo dinero.
— ¡Ayy muchacho!, —me dijo en un tono de compasión. Mira…. No esta complicado… pero si está muy lejos.
— No hay problema… solo indíqueme por favor…
Aquel buen hombre me dio santo y seña… caminas por aquí, das vuelta por allá… sigues derecho…. Cruzas el río…
¡¡No inventes!! Hasta un río tenía que cruzar. Le di las gracias y me puse en marcha a paso veloz….dicen que a mal paso darle prisa… y aquí aplicaba perfecto. Cuando llegué a donde comenzaba aquel puente de madera para atravesar el río, si que me dio miedo. Se escuchaba que la corriente llevaba mucha fuerza… Respiré profundo y comencé a acelerar el paso….
— ¡Mucha prisa, mucha prisa!, —escuché de pronto aquella voz.
Pensé que lo había imaginado, pero no… era una chica de unos veintitantos… morena, con tatuajes en los brazos y un piercing en su ceja izquierda.
— Llevas mucha prisa amigo.. pareciera que te vienen siguiendo.
— Nada de eso… es solo que.. voy lejos y ya es tarde..
—Y tú para donde caminas… le pregunté.
— Solo aquí al final del puente.
— Y luego…
— Nada… hasta ahí llego.
Me dio un poco de miedo… y al mismo tiempo aquella chica proyectaba un dejo de tristeza. Me acompañó durante todo aquel puente que se me hizo eterno.
— ¡¡Corre por la leyenda!!, — me dijo, mientras me decía adiós con su mano.
Cuando giré la cabeza, aquella chica ya no estaba. Quise ver si se había lanzado hacia abajo.. ya qué no había modo que hubiese desaparecido así nada más. Pero era más mi miedo que me puse a correr como loco.
Luego de más de una hora y media de trotar por aquellas calles del centro de Salamanca por fin llegue a la central de autobuses. Eran las cuatro y media de la mañana. El primer camión hacia Irapuato era hasta las siete de la mañana.
Junto a mi estaba un matrimonio que también esperaría la primer salida al mismo destino que el mío. No se que cara me verían que me preguntaron si todo estaba bien.
— Si.. todo bien… bueno.. más o menos…les decía al tiempo que les contaba toda mi aventura.
Pensé qué me preguntarían algo acerca de Sasha, y mi emoción por estar tan cerquita de la cantante. Pero no… más bien me preguntaron por la chica del puente.
— ¿Cómo eran sus tatuajes?, me preguntó la señora con mucho interés.
— Eran unas rosas, con unas letras en cursivas.. creo una iniciales.
— ¿C.R?, me preguntó el señor.
— Si… cómo lo sabe.. ahora que lo dice…. Si… era una C y una R entrelazadas con aquellas rosas con espinas.
— Muchacho… la chica que viste, murió ahogada hace un año exactamente. Varios han comentado que la han observado, pero nadie que platicara con ella.
La sangré se me heló…
— Era nuestra hija… Claudia Rivera…me dijeron, llorando.
Faltaban ya diez minutos antes de las siete de la mañana. Caminamos por el andén y abordamos el autobús. No podía dejar de pensar lo que me había comentado aquella pareja.
Al llegar a la central de Irapuato….El amanecer anunciaba un nuevo día…aún quedaban tres kilómetros por caminar… no caminé… corrí…. Corrí… mientras mi mente no se detiene.. y presiento que ya no se detendrá… solo escuchaba… Corre, corre, corre por la leyenda… caballero de mi amor.