…Y resucité al tercer día…

Subir a la montaña de Cristo Rey es algo “terapeútico”, ya que son casi cuatro horas de camino en el que puedes ir caminando, cantando, platicando… incluso hasta rezando si eres creyente.

Dicen que si la montaña no viene a uno, uno tiene que ir a la montaña. Aunque la verdad no es tanto por una cuestión católica ni mucho menos, más bien por una tradición de Silao… pues ahí voy de nuevo.

Subir a la montaña de Cristo Rey es algo “terapeútico”, ya que son casi cuatro horas de camino en el que puedes ir caminando, cantando, platicando… incluso hasta rezando si eres creyente.

La salida tiene que ser en la madrugada, de preferencia saliendo de la colonia Sopeña, atraviesas la carretera Silao-San Felipe y te vas por la calle del Conalep. Si en auto son casi veinte kilómetros, a patín son más o menos como doce.

Todo empieza con el previo. Preparar las botellas de agua, las tortas, la linterna (otra vez no tiene pilas, no olvides comprarlas en el camino). Las bermudas, la sudadera, una buena gorra para el solazo…. Y procurar dormir.

La neta, pues ya para qué me dormía. Mejor me puse a feisbuquear, y a pasar el rato. Un buen baño a pesar de que voy a la polvadera, y a preparar las tortas. Mi hijo y mis dos sobrinos con toda la actitud prefirieron dormirse un par de horas. En punto de las cuatro de la mañana nos echaron un rayte a la colonia Sopeña de Silao.

¡Las pilas chingao, las pilas!. Hicimos parada en la Guadalajara… pilas… ¡y cigarros!, ja, como si mis pulmones fueran a soportar siquiera un cigarrillo. Tenía duda si llevarme la cartera. Deje solamente la credencial de elector (vencida, claro) y cuatrocientos pesos. Para echarnos unas quesadillas con “Doña Pelos”, (así le dicen de cariño a los puestos de gorditas de allá arriba). No es que sea una señora en especial… se comer rico… y como niño dios…diospicio.

Agarramos camino… habían previsto que la “luna rosa”, pues no la vi muy rosa que digamos pero si era llena. Las pilas se fueron hasta debajo de la mochila tipo militar que llevaba…. O sea, con mil bolsitas y no encontraba las chingadas pilas. Por fin aparecieron. Esa lamparita de luz led que siempre ha estado en casa… bueno, no siempre, desde el campamento del Rally del año pasado. Hasta ese momento vi que tenía “luz panorámica”.

Caminamos y caminamos. No muy deprisa… pues íbamos cotorreando. Como a unos dos kilómetros de terrecería la construcción de un puente. Un puente en medio de la nada. Tal vez unirá algún poblado… pero se veía raro. Incluso como una caricatura pues no le veíamos sentido.

Pasamos por una escuela… una tiendita. Jugábamos a usar nuestro gran sentido de percepción intentando adivinar los vehículos que venían de nuestra espalda. Una moto… un Tsuru… una ambulancia.

Parecía como toda una procesión. A medida que avanzábamos se veía más gente. Primero diez, luego veinte… cientos.

Luego de unos cuatro kilómetros mis sobrinos y mi hijo se adelantaron. Les perdí la pista. Es más ni el polvo les vi. Pensé que necesitaba un cigarro. La verdad sólo lo pensé. Mis pulmones me iban a estallar. De hecho, cada paso que daba sentía como una mentada de madre de mi sistema respiratorio… sigue fumando cabrón, sigue fumando me decía.

Aún no entiendo por qué carajos cargaba con las tortas, primero, porque cada uno llevaba mochila y otra… la idea era almorzar con Doña Pelos. Pero bueno, cada torta yo creo pesaba como cuatro kilos. Eran doce. Tres para cada uno. Dos litros de agua que parecían como dos tinacos de mil litros cada uno.

No llevaba prisa, pero tampoco tenía la idea llegar a la hora del Vía Crucis…. o peor… a la resurrección.

Al principio les decía que era terapéutico, por que ves gente de todo. Niños, niñas, jóvenes de todas las edades, viejitos y no tan viejitos. Todos emocionados y muchos quejándose. “Es la última vez”, “mejor hasta aquí llego”, “quiero a mi mamá”.

Afortunadamente si hay señal de teléfono. Todavía hace poco no había. Les marqué para ver donde andaban. Obvio… “más arriba me decía”, eso ya lo sabía, pero su inocencia no les daba para darme una referencia exacta. “Acá por donde hay muchas piedras”, no podía parar de reír. Unas chicas que iban a mi lado yo creo pensaba que estaba loco por todo lo que venía diciéndome en voz alta después de colgar la llamada.

Mis pies estaban intactos luego de más se siete kilómetros. Pero mis pulmones seguían mentándome la madre.

Le di un trago a la botella de agua. Pensé en sentarme pero sabía que si me enfriaba iba a valer madre.

Me acordé cuando tenía diecinueve años y ese trayecto lo subía corriendo. En esa época los chicos de mi edad subían con unas megagrabadoras a todo volumen escuchando a los Temerarios o a Bronco (¿el Gigante de América). Luego de varios años otros subían con sus walkman o diskman. Era más silencioso el asunto. Pero como que otra vez se pusieron de moda las rolas a todo volumen, pero ahora con las nuevas bocinas con entrada usb o “blutut”. El regeton y estaba por todas partes, entre la Becky G y sin pijama, hasta la de “No me acuerdo” de Thalía y mi novia Natti Natasha -lo peor de todo “es que sé me hasta sus nombres!- . Uno que otro despistado con los sonideros… y sus eternos saludos.

No supe cómo. De pronto ya no se escuchaba “Si tú me llama, no vamo a tu casa, siempre he sido una dama, pero una perra en la cama…” y me encontraba en medio del cerro solo. La neta, me dio un chingo de medio. Ni una linterna, ni una lucecita más que la de la luna. Ni veces ni ruidos, ni la canción de mi amor plátonico. Si de por si traía la espalda empapada… comencé a sentir un frío intenso. Las sombras de los arbustos hicieron que mi imaginación volara. Veía cabras paradas en dos patas gritándome “¡No vayas con el Rey, no vayas con el Rey!”. Supongo era por la desvelada o el cansancio. Pero veía lechuzas en cada árbol. Serpientes enrolladas en las ramas… Agradecí llevar la credencial de elector -la vencida-, pues si encontraban mi cuerpo sin vida, al menos podrían identificarme fácilmente.

¡Chingue su madre!, patas pa´qué las quiero. Me puse a correr endemoniadamente. Como en aquellos diecinueve y loso “libros tontos” y “nunca te perdonaré”.

Por fin luego unos trescientos metros alcancé a las chicas que me veían como loco. Ahora si estaba seguras que estaba loco.

Me sentí más tranquilo al ver que venía mucha gente detrás de mí. La lomita estaba enfrente de mi. Sabía que lo peor estaba por venir y ahora los que me rayaban la madre eran los tobillos. ¡¡Te lo dijimos cabrón, te lo dijimos… has ejercicio, pero no entiendes!”.

Las siguientes dos horas fueron con una nueva estrategia. Paso a pasito. Agua. Paso a pasito. Agua. Paso a pasito. Más agua. Me arrepentí no haber comprado unos chocolates en lugar de los cigarros. Creo hubieran sido más productivos.

Cuando por fin llegué hasta donde están “los postes blancos” sentí que ya estaba del otro lado. Decir no vuelvo ya no estaba en mi vocabulario. Ver al Cristo Rey a unos metros de distancia era como saborearme un agua fresca, o una naranja, o una quesadilla de ya saben quién.

Una nueva llamada y otro “estamos hasta arriba”. Ese “hasta arriba” se traduce a quinientos metros del empedrado… y casi cuatrocientos escalones. Mis piernas ya no podían pero no me iba a rajar… y menos a esa altura de la montaña.

Nunca pensé que serían tan pesados esos escalones. Cada escalón era un cigarro. Cada respiro era un cigarro. No digo que no volveré a fumar, porque seré todo, menos mentiroso.

El sol ya estaba a todo lo que daba. Haber llevado una boina era la mejor ocurrencia del día. Vi a mis “acompañantes”.  Ya ni torta querían se la habían pasado tragando papas y fritos. Me senté en la banqueta, a unos cien metros de los escalones del Cristo Rey.

Unas chicas me alegraron el día… “mira que padre paisaje” y se pusieron delante de mí. Desde donde estaban no siquiera se veía nada de paisaje (eso lo supe después). ¡¡Sal de mi mente Satanás!!!.

Había un mar de gente. Dimos entramos al templo… y caminando y agradeciendo. Gracias Dios. Gracias Cristo, gracias, gracias.

Salimos nos tomamos las selfies de rigor, y cuando menos acorde mis fieles compañeros ya estaban roncando. Se durmieron en el suelo como si fuera “algo normal” dijo uno de ellos, como si tuviéramos mucha experiencia de dormir en el mero suelo. No se necesita experiencia, se necesita sueño le dije.

¡Pues vamos por las quesadillas!. Si no querían tortas, menos quesadillas. No tenemos hambre, mejor ya vámonos.

Yo creo el Cristo no sólo nos veía, sino que nos escuchaba. El interior, la mente de cada uno. Nos puso en nuestros pies un camión exactamente a nuestros pies. Vacío. En serio, vacío. Hasta miedo nos dio. ¿Va a la central de Silao?. Si, arriba les cobran.

Sentaditos, sentaditos. Se llenó rápido y comenzó a descender. Se fue por un nuevo camino, no por el empedrado tradicional, sino por el otro que esta cerca del poblado Sangre de Cristo y que da a la carretera a San Felipe.

Pero nunca falta… una camioneta frente a nosotros y no había para donde hacerse. La infinita fila de autos por ambos lados impedía que se orillara aquel vehículo. ¡Dos kilómetros de reversa!… equivalente a una hora, quince minutos y treinta y cinco segundos de caloron, sueño y cansancio. Si me recargaba en el vidrio seguramente me dormiría por treinta y tres horas.

Llegamos a la central…ya tenían planes de irse a León.

Tres estudiantes a León…

-Credenciales…

…No las traemos….

Mmmm… yo jamás salía sin mi credencial de elector.

Bueno, completos. Y un adulto a Guanajuato.

Lo demás es historia… pasé a la central, llegué a casa, me acosté y me dormí. Casi, casi, como Cristo… mientras el cielo se nublaba y el aire no paraba de mover los árboles, mi sueño era tan profundo que parecía que hubiese muerto. O tal vez si estaba muerto y apenas voy resucitando al tercer día.

 

 

 

 

 

 

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