Por: Juan José López Luna Fotos: ADP.
Irapuato, Guanajuato.- A 50 años de aquel terrible sábado 18 de agosto de 1973, los recuerdos amargos, la impotencia y el dolor, aún vive en cientos o miles de irapuatenses que de una u otra forma vivieron la inundación más destructiva que haya ocurrido en esta ciudad de Irapuato.
En ese lapso de tiempo, también otros cientos o miles de habitantes ya partieron de este mundo y muchos se llevaron sus historias, otros las plasmaron en algún libro o periódico y algunos las transmitieron a sus descendientes. En cincuenta años todavía hay sobrevivientes que nos pueden contar lo que vivieron ese día.
Don Ernesto Torres Sacarías, siendo adolecente cuenta lo que vivió el 18 de agosto del 73 “Pues yo recuerdo que en ese tiempo vivíamos mis padres J. Nieves Guadalupe Torres Espinoza y Sara Sacarías Prado, junto con mis hermanos Alejandro, Francisco, Dolores y Guadalupe, en una vecindad por la calle Torres Landa, cerquita del edificio W Jones y el depósito de la cervecería Corona.
En aquél tiempo yo tenía 15 años y trabajaba en el taller mecánico del señor Villalobos en la misma calle y a unos pasos de la casa, ya desde días antes escuchaba a los clientes que había rumores del peligro que había si se reventaban las presas porque llovía mucho, pero nadie creía que pasara nada.
Sin embargo, el sábado cuando llegamos al trabajo, ya la cosa estaba canija y la gente iba de un lado para otro con angustia y el rumor era que se reventó la presa y el agua ya venía hacia Irapuato, el dicho que se hizo famoso fue aquél de “Yo me trago toda la que llegue”, por lo mismo uno de los compañeros agarró una bicicleta y se fue a las vías de la coca cola, para ver si era cierto, los otros 3 nos quedamos en la puerta viendo la romería que formaban todos casi corriendo y alertando.
Cuando regresó mi compañero dijo; ora sí wey, ahí viene el agua, y nos quedamos viendo hacía Guerrero. Mientras mi padre que trabajaba de estibador en la estación del tren, se regresó a la casa para buscar dónde llevarnos, pues toda la vecindad era de adobe y tejas…
Cerca de las 2 de la tarde nos asomamos a la planta de la CFE y vimos que por el mercadito Guerrero venía el agua y decidimos cerrar el taller e irnos, cuando llegué ya mis padres y hermanos cargaban unas cobijas y corrían al edificio Samuel W. Jones, y detrás todos los vecinos, que eran como 20 familias, todos corrimos a los pasillos y ahí agarramos un espacio, mientras los adultos se ponían de acuerdo, los chavos nos fuimos a la azotea para ver lo que pasaba desde allá, y al rato vimos unos tanquesotes que golpeaban las casas entre Vallarta, Guerrero y Torres Landa, después en otros puntos se levantaban polvaredas, era porque alguna casa se cayó y así fueron varias veces…abajo la gente se organizó cuando el nivel del agua subió mucho y la corriente aumentaba, pusieron reatas de ventana a ventana y de los postes en las esquinas, nosotros tuvimos qué sacar agua de los tinacos para beber, pues nadie tenía, luego alguien dijo que un camión de la corona se quedó atorado enfrente del edificio y muchos salieron, entre ellos mi viejo y sacaron cajas de cerveza y manzanita, así que ya tuvimos algo qué tomar el resto del día, luego de una pensión cercana, el agua sacó animales, cosas y sobre todo cocos, nosotros sólo pudimos agarrar los últimos y así estuvimos tomando agua de coco y comiendo, gracias a Dios hambre no pasamos, como a mucha gente sí le pasó…
Pero lo triste y duro que vimos muchos de los que estábamos en el edificio, fue que por la tarde venía por Torres Landa hacia Guerrero 2 muchachos, como ya para entonces la corriente ahí era muy fuerte, se colgaban de los barandales de puertas y ventanas, de pronto uno se cayó al agua, manoteaba, se hundía y volvía a flotar, pero luego ya no salió y se lo llevó la corriente…(tiempo después supimos que se llamaba Ricardo y era familiar de un amigo) mi padre, que era un sireno nadando, con otros señores fueron a rescatar al otro chavo. Durante la noche y madrugada casi no pudimos dormir, y se escuchaban afuera el ruido del agua, ajetreo y golpes como de casas que se caían…
Al día siguiente varios de los adultos salieron a buscar algo de comer y como ahí cerca estaba la Conasupo, rompieron los vidrios y la saquearon, no porque fueran delincuentes, sino por real necesidad…
Ya no recuerdo bien si fue el domingo o lunes, mi padre me dijo que saliéramos a buscar comida, el nivel del agua era poco y a medida que caminábamos hacia el monumento a los Niños Héroes ya sólo llegaba a la banqueta, así llegamos al mercado Hidalgo, había mucha gente todos confundidos por lo que estaba pasando, pudimos comprar nopales y otras cosas…
Y de regreso pasamos a la vecindad de Don Raymundo, pero ya estaba toda en escombros, todos perdimos todo lo poquito que teníamos, más tarde cada quién sacó lo que podía servir, unas sillas, una mesa y trastes de peltre, porque los viejos colchones y la ropa quedaron entre un lodazal…
De esa forma en los siguientes días nos fuimos a vivir en la casa de los abuelos Cecilio Prado y Simona Sacarías, allá en la calle 30 de Julio en El Ranchito, duramos unos meses y luego mi padre consiguió que nos prestaran uno de los vagones del tren que estaban por la casa redonda, al costado de lo que hoy es el bulevard Colosio, hasta eso que por muchos lados daban despensas, cobijas y colchonetas, ahí en el Templo Del Sagrado Corazón de Jesús, pusieron un puesto de comida, donde llegaba uno a almorzar, comer y cenar gratis. Pasó el tiempo y a todos los que vivieron en la vecindad y la polvadera, el gobierno les dio casas en la colonia 18 de agosto, pero eran trámites engorrosos y mi madre nunca quiso ir, luego crecimos y agarramos nuestros rumbos. En estos 50 años de aquella situación, pocas veces la he platicado con amigos y alguna vez con mis hijos, pero me doy cuenta que a las nuevas generaciones ni les interesa saber lo que pasó ese 18 de agosto de 1973 en Irapuato. Dios nos libre de que vuelva a ocurrir”.