Selfie con José Alfredo Jiménez; una mañana en el Panteón Municipal de Dolores Hidalgo

Charla con un guía de turistas y una prestadora de sarapes y sombreros “pa’ la foto”

Dolores Hidalgo, Guanajuato. – Con dinero o sin dinero se puede entrar al Panteón Municipal de Dolores Hidalgo, Cuna de la Independencia Nacional, y lucir un sarape multicolor y parecer un gallardo charro, para escuchar una voz que explica vida y obra del que sigue siendo el rey y tomarse una foto al pie de su tumba, rematada con un gran sombrero con la leyenda “La vida no vale nada”.

Faltan unos días nada más para el 23 de noviembre, fecha que recuerda que en 1973 El Rey se fue del plano material.

El sol del mediodía se estampaba entre el mar de tumbas y a lo macho platiqué con Gerardo Hernández Picón e Irma Jiménez. Gerardo es un guía de turistas certificado, que tomó un curso para conocer la historia de José Alfredo y contarla a quien acuda a la tumba de El Rey; ella es una trabajadora de alfarería que hace lucir como charro a quien posa en el peculiar mausoleo, que está en el cementerio de” ese pueblo de Dolores, qué bonito, qué terreno tan bonito, tan alegre, tan ideal. Guanajuato está orgulloso de tener entre su estado, a un pueblito que es bonito, valiente y tradicional”.

Al igual que otros, Gerardo Hernández explica la vida y obra de José Alfredo a los turistas, habla de las canciones y los amores del vate de Dolores, les enseña a posar para la foto, para que en la selfie o la gráfica se vean al estilo del que no tuvo la desgracia de no ser Hijo del Pueblo y se encontró entre gente que no tuvo falsedad. La diferencia es que él se preparó para su oficio y uniforme y gafete lo certifican.

Gerardo Hernández Picón, guía de turistas certificado.

Despacito, muy despacito, Gerardo narró que las canciones de José Alfredo todavía tienen para rato. Y, en efecto, la tumba es visitada por gente de toda edad, pero predominan los jóvenes y hay niños que trepan al ondulado sarape decorado con nombres de canciones del que también le dijeron El Siete Mares por andar de puerto en puerto.

“Todo mundo canta sus canciones”, afirma el entrevistado; no nada más como rancheras, también, rock, banda y romántica”. Las hay para todas las edades, coincido y agrego: también de los que queremos sacar juventud de nuestro pasado.

Gerardo nació en Dolores, tiene 55 años de edad y sólo terminó la secundaria, con Preparatoria trunca. Su amor por el arte de su paisano lo llevó a inscribirse en cursos que dieron las autoridades estatales para diversas actividades. Él eligió ser guía de turistas especializado en la vida del que estaba en el rincón de una cantina oyendo la canción que pidió. Recuerdo ese tequila y ya va mi pensamiento rumbo a ella.

Eso fue hace nueve años y desde entonces su vida y pasión es contar que José Alfredo Jiménez no pudo comprar otros dos corazones ni alcanzó a pagar que lo quisieran a él y a todas sus canciones.

La canción josealfrediana favorita de Gerardo es El Rey; en cuestión de amores y desamores tiene muchas favoritas, pero destaca Serenata Huasteca y Despacito, muy despacito. José Alfredo, agrega, tiene muchas canciones: “para amores y desamores y pa’l relajo”.

A espaldas del entrevistado una pareja se besa y, junto a él, niños y adultos posan en búsqueda de la foto donde parece que tienen puesto el sombrero del vate dolorense.

Gerardo dice que no canta (se “chivea”, pues), que sólo se sabe “pedacitos” de las canciones. Aunque no la entonó, le gusta cantar “Paloma querida”. Ah, hasta dan ganar de echar górgoros: “yo no sé lo que valga mi vida, pero yo te la vengo a entregar”

A ti gustaban las botas de charro

Sarape multicolor, con caída libre sobre el hombro derecho. Sombrero de charro, negro, con ribetes plateados y dorados. Pose al estilo del que cantaba al pie de la ventana pa’ decirle que la quiere, aunque ella no lo quisiera y él por ella se muriera.

Con o sin bigote, pero con mexicana piel morena, la foto ante la tumba de José Alfredo ameritaba ese toque de charro. El resto de las tumbas ignoradas por quienes van y cantan a la que se fue, porque quiero ver a qué sabe tu olvido sin poner en mis ojos tus manos.

Para esa pose de charro, panzón y bohemio, no hay como aceptar la oferta de préstamo de sarape y sombrero de charro que hacen doña Irma Jiménez y su hija, apostadas a la puerta del panteón, a unos metros de la tumba.

“No, no soy pariente de José Alfredo”, dice doña Irma: “yo qué más quisiera”.

La charla es interrumpida por una familia que elige colores de la prenda y el sombrero. Le explica al caballero cómo colocarlo: “esa parte va para atrás”. El joven, de piel blanca, levanta la tez y se asume como personaje de película con Jorge Negrete. Las mujeres que le acompañan se preocupan porque los colores hagan juego y combinen con sus ropas. Para él, lo que cuenta es la expresión.

Doña Irma dice que ella y su hija estaban a un lado de la tumba, “pero ya no nos dieron permiso, apenas hace poco nos lo volvieron a dar”. La entrevistada desconoce que la medida era para prevenir contagios de Covid 19.

La tradición de “prestar” las prendas a cambio de una ayuda voluntaria (misma situación que priva para el guía), tiene 11 años. La hija de doña Irma lleva 9 años en esa actividad y la entrevistada sólo cinco.

Doña Irma trabaja en una cerámica y los fines de semana se va al panteón a “prestar” sombreros y sarapes. Y no sólo lo hace para ganarse unos pesos extra: “me gusta prestar, venir y convivir con la gente”.

La gente la llama y hay que salir de ese panteón donde el visitante puede comprar llaveros con nombres y figuras alusivas a las canciones de José Alfredo. Venden libros sobre su vida y obra, cancioneros que compilan las letras de sus canciones.

Hay símiles de placas de auto con títulos de esas piezas que piden tequila a gritos y cantarle a esa chaparrita cuerpo de uva que una tarde de verano me dejó llorando su amor:

“Te vas porque yo quiero que te vayas”. Como no la comprendí, sólo le deseo que “ojalá que te vaya bonito, ojalá y que se acaben tus penas; que te digan que yo ya no existo y conozcas personas más buenas”.

Me voy a escribir a un mundo raro, donde es preciso decir otra mentira, pues podría decirle que sólo que sólo quiero brindarle desprecio, cuando en realidad lo que deseo es que vuelva conmigo la que se fue.

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