San Juan de la Vega: pueblo devoto entre violencia y desconfianza

Viaje de fin de año por locaciones del Guanajuato violento

Celaya, Guanajuato.- San Juan de la Vega parece una cabecera municipal: ciclistas y motociclistas, peatones que atiborran comercios y hasta un servicio interno de movilidad con una flotilla de mototaxis lo hacen ver como un pueblo más que como una comunidad perteneciente a la zona metropolitana Laja-Bajío, con Celaya como gran centro.

Ser turista en ese pueblo requiere cuidados: hay desconfianza, máxime cuando hace unas semanas se registró el más reciente de los casi cotidianos hechos violentos: los asesinatos de José Alfonso y de Erick Guadalupe, alias El Pachuco, perpetrados por sicarios en la calle Álvaro Obregón.

Viaje al centro de la muerte

Apenas el auto se acerca por la autopista 45 al cruce con Villagrán y Juventino Rosas, se perciben unidades de la Guardia Nacional y las Fuerzas de Seguridad Pública del Estado recorriéndola en uno y otro sentido. Hombres y algunas mujeres con sus rostros cubiertos y, arriba de la camioneta, un elemento con una ametralladora y su fortaleza blindada. Son los territorios de la gente de Antonio Yépez, El Marro. Aunque preso, su gente y su memoria están ahí.

Igual pasa en la carretera Celaya-Comonfort-San Miguel de Allende: policías estatales y fuerzas federales, esta vez del Ejército. Ni una sola patrulla municipal.

Lunes festivo

La transición de años ocurrió entre bocinas estridentes en las calles y el resonar por horas de cohetes. Cuando los sonidos eran consecutivos no había duda: eran descarga de pistola.

Salir de la sala implicaba oler a madera quemada. Había una neblina generada por las decenas de fogatas que montaron en las calles. Vehículos iban y venían, sobre todo camionetas pick up, “de las grandes”, que hacían resonar música de banda y narcocorridos en su recorrido por las calles.

Amaneció, el cuerpo durmió hasta volverse a cansar y despertó al recalentado, para llegar la hora de partir.

Al salir del pueblo se antojó tomar fotos a su plaza y su templo y estuvo la agradable sorpresa de un grupo de mototaxis estacionados en espera de pasaje.

Ahí comenzó la charla y hubo una sorpresa: una jovencita es conductora de unidades y aceptó ser entrevistada. Previamente había contado que el servicio tiene un año en la localidad, que el servicio se da en el traslado a comunidades cercanas y que el precio del servicio va de los 25 a los 40 pesos y que trasladan de una a tres personas, aunque a veces se suben cuatro.

Cuando todo estaba listo para la charla, le salió “flete” y se acordó hacerla a su regreso. Fue el momento de aprovechar para sacar fotos al jardín, con la gente que transitaba en moto y bicicleta y, al fondo, los mototaxis.

Cambio de tema

Casi todos se fueron, excepto un joven que desde principio mostró su rechazo a la entrevista: de regular estatura, muy delgado y moreno de piel amarillenta. Vestía chamarra con capucha sobre una cachucha y una bufanda le cubrió el rostro. Sólo asomaban unos ojos cafés con fondo amarillento.

Se acercó a donde estaba el reportero, que tomaba un agua fresca sabor nuez. El joven fue amable, pero firme: que borrara todas las fotos de los mototaxis “por seguridad”. Según su versión, el publicar las fotos lo ponía en riesgo. Al principio, hubo negativa de parte del reportero. El joven no alzaba la voz, para no llamar la atención. No valieron identificaciones ni mostrar los textos publicados en los portales donde el reportero escribe. El mototaxista se mantuvo firme y, ante la negativa, advirtió: ¿quiere que le hable al patrón?

No había ningún otro mototaxista en el lugar (recibieron con agrado la solicitud de entrevista y platicaron sobre el servicio). Una mujer y un hombre que estaban cerca respaldaban al muchacho y en las horas se permanencia en el pueblo no fue divisada una sola patrulla, a pesar de tener ahí una base de la corporación. Lo prudente mejor no meterse en problemas y negocias sólo borrar las fotos de los mototaxis.

El joven se alejó, sólo para estacionarse en el otro extremo de la plaza y desde ahí observar al reportero.

La chica de la entrevista no regresaba y se sentía un ambiente hostil. Al platicar con una vendedora ambulante, contó que en Facebook salió que les robaron una motocicleta y que hace días “habían matado a dos”. Al buscar la información en internet supe que eran el Pachuco y su acompañante.

Era mejor partir. El joven no aceptó levantar pasajeros. Esperó a que el auto del reportero se alejara. Por el retrovisor se alcanzó a ver que se paraba en la banqueta para verificar la partida.

Los mototaxis como servicio comunitario, con una joven mujer, quizá adolescente, dejaron de ser el tema principal del texto periodístico.

Historia de sangre

Una exploración a Google ilustra asesinatos desde 2015 en San Juan de la Vega. Lo más destacado fue la detención de policías municipales acusados de cometer el delito de desaparición forzada.

San Juan de la Vega, o simplemente San Juan, tiene censados 10 559 habitantes en 2020 y es la cuarta localidad más poblada del municipio de Celaya. Produce de zanahorias, cereales y jícama y cada año se lleva a cabo una fiesta en honor a San juan Bautista, santo del pueblo. Es el único lugar del mundo que detonan truenos con un marró

Colinda al norte con el Rancho de Guadalupe, Comonfort, Soria y Empalme Escobedo; al sur con Jauregui, Teneria del Santuario, San Miguel Octopan y San José de Mendoza; al este con las comunidades de Galvanes y Capulines y al oeste con San isidro de la Concepción, Presa Blanca, San Nicolas Esquiros y Roque.

La tradición oral dice que San Juan de la Vega surgió en 1558, 12 años antes de la fundación de Zalaya (Celaya), que ocurrió en 1570.

La fundación de San Juan de la Vega coincidió con un martes, de carnaval y la imagen de santo patrono, san Juan Bautista, existe desde entonces, resguardada por religiosos franciscanos y por el párroco encargado que residía en Santacruz de Comonfort. Entonces San Juan de la Vega contaba con tres mil habitantes.

Las narraciones populares indican que fue fundada por Juan Aquino de la Vega, un rico minero de Guanajuato, acompañado por el conde Jaral de Berrio. Juan colocó una cruz como representación de la primera piedra y era devoto de la imagen de San Juan Bautista.

El relato antropológico e histórico sobre ese pueblo podía esperar. Unas fotos de su Santuario de Guadalupe y del Centro Comunitario que le disminuye fealdad a la zona del paso del ferrocarril fue lo último que se hizo en una jornada que terminó con un constante espejeo y una mayor tranquilidad al circular atrás de una unidad de la FSPE. Era sólo precaución.

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