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Polvo de momia -cuento-

Con ambas manos sujetó a la momita. Con cierta delicadeza la metió en una bolsa de plástico para después guardarla en su mochila. Salió caminando tranquilamente por el estacionamiento que en ese momento se encontraba vacío.

Por MakaBrown

¡Pípila, panteón…. momias!. Se escuchaban los gritos por la Plaza de las Ranas en el centro histórico de la colonial ciudad de Guanajuato.

Samuel se encontraba en la zona de Los Pastitos en la búsqueda de un turista despistado que requiriera sus servicios como guía de turistas… “pirata”, pero guía al fin y al cabo.

En sus manos traía un cartelón fluorescente en el que se leía “Informasión gratis” (así con “s”). Los visitantes pasaban a su lado con cierta indiferencia, algunos se reían de la postal que veían en aquella mágica ciudad de Guanajuato.

-¡Ya siéntate cuña´o!, le gritaba Arturo que se encontraba sentado bajo un árbol junto a Selene, aquella chica que seguía a ambos para todos lados.

No le dijeron dos veces. Samuel fue hasta donde descansaban sus amigos.

-Vamos a la Presa, les invito unas chelitas, dijo Samuel en un tono agotador, como si en verdad hubiera estado trabajando durante todo el día.

-¡Arre!, dijo Selene entusiasmada.

La Presa de la Olla era su punto de reunión luego de “chambiar arduamente”. Ahí bebían cerveza hasta la madrugada, sin que les importara mucho que la policía municipal les recomendara que se retiraran del lugar.

Luego de seis frías y espumosas bebidas, Samuel tomó la conversación en tono serio.

“A ver amigos, ¿qué vamos a hacer para salir de esta jodidez?. Ya estoy cansado de andar talonéandole todo el día y no pasamos de lo mismo. Los turistas vienen cada vez más pobres y la neta, apenas y nos alcanza para malpistiar…”.

-Para malcomer, corrigió Selene.

-No, para “malpistiar”, a malcomer ya me acostumbre, pero no a quedarme a medios chiles.

-¿Qué es lo que pretendes mi Sam?, cuestionó Arturo.

-“Miren, vamos por algo grande. ¿Saben la importancia que tienen las momias de Guanajuato?. ¿Se han puesto a analizar el valor que tiene cada una de las momias?. Les voy a poner un ejemplo, supongamos que yo tuviera el varo para ir a Egipto.

-“No manches”, le dijo Selene entre risas.

-Dije “supongamos”. Imaginen que voy a visitar las pirámides, a conocer las tumbas de los faraones y de las momias de Egipto. En una de esas, se me acerca un vato ofreciéndome unas pirámides tipo llaverito, con un cuento de que en su interior hay “polvo de momia”.

-“De dónde nos visitas amigo”, me preguntaría.

-De Guanajuato.

-“¡Huy de la ciudad que nos hace la competencia, de allá donde florecen las momias”, seguramente eso me diría el guía de turistas.

-La neta, la neta… ¿creen que dudaría en traerles un recuerdito de Egipto en donde me vendieron la idea de que en su interior hay “polvo de momia”. ¡Claro que no!… compraría varios para traérselos a la raza.

-Entonces… que nos tratas de decir, preguntó Selene un tanto confundida.

-“Vamos a robarnos una momia”, dijo Samuel sin titubear, vamos a pulverizarla para venderla en el mercado negro.

-¿Bromeas wey?, preguntó Arturo.

-Para nada. Se imaginan que comercialicemos unas estatuillas tipo “oscares”, en plata, chingonas, bonitas, en forma de momia. Les dejamos un espacio donde van los ojos, obvio, para que se alcance a ver que adentro contiene polvo. Todos conocemos a Don Chepe, el “veladuerme” del museo. Vamos, le llevamos un pomito de tequila, lo empedamos, nos metemos y nos la chingamos.

-Lo dices muy fácil, comentó Selene.

-Es fácil. Mañana lo hacemos.

Eran casi las cuatro de la mañana y aquellos “jóvenes emprendedores” se fueron a sus casas. Lo que no sabían, era que Samuel ya tenía varios meses trabajando en este proyecto. Incluso, en su casa ya contaba con un prototipo del envase, hecho con plata de la mina de La Valenciana, ya lo tenía pulido, listo… en espera de la llegada del polvo de momia.

Samuel cambió el rumbo. Fue directo al museo de las momias. En su mochila cargaba una botella de tequila que se la invitaría a Don Chepe. En menos de dos tragos, Samuel ya estaba adentro, frente a aquellas vitrinas. Conocía a la perfección cómo funcionaban las cámaras de seguridad, así como las alarmas. No fue complicado, tenía las ciento seis momias a su disposición.

Fue entonces que Samuel entró en shock. ¿Cómo las cargaría?, ¿en qué se las llevaría?, ya se imaginaba corriendo por los callejones cargando en sus espaldas a una de las momias. El hámster de su cabeza revolucionó a máxima velocidad. ¡La momita!. No había duda. La momia más pequeña del mundo sería “la elegida”. Fue a la vitrina donde se encontraba. Se tomó el tiempo de admirarla. La observaba con detalle, pues sabía que en ella estaba su futuro, no sólo económico, sino también social. A partir de ese momento, su vida no sería la misma.

Con ambas manos sujetó a la momita. Con cierta delicadeza la metió en una bolsa de plástico para después guardarla en su mochila. Salió caminando tranquilamente por el estacionamiento que en ese momento se encontraba vacío. Don Chepe ni cuenta se dio cuando Samuel se dirigía hacia su nuevo modo de vida.

Habían pasado dos días, a Selene y Arturo se les hacía raro que Samuel no se hubiera aparecido para chambiar. Fueron a buscarlo a su casa, que daba por el callejón del Terremoto. Al entrar a su cuarto se dieron cuenta que había un olor extraño, pero nada de Samuel.

Sobre el restirador se encontraba aquella estatuilla. En su interior, Samuel se asomaba por aquellos pequeños ojitos de la momita. Samuel viviría eternamente entre el polvo de momia. Había descubierto la magia, la maldición de la momia, aquella que dice que polvo somos…

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