Por Alice Juárez.
Llegan a tu vida como regalos, regalos hermosos, envueltos en tiernas y suaves capas; algunos totalmente anhelados, planeados con anticipación, otros, son inesperadas sorpresas, pero todos llegan porque Dios así lo quiso, por que quiso enviarte una prueba de su amor.
Desde el primer momento en que los ves, los atesoras, sabes que ya nada será igual, lo sientes; nunca estuviste antes tan seguro de algo, como ahora lo estás de amar y proteger a alguien con tanta fuerza, con tanto valor y tu corazón aprende a ser fuerte, a luchar, a sacrificar y a sufrir sin quejarse.
Todo se vuelve soportable, es increíble que un pedacito de ti, se convierta en tu vida entera, que esos hermosos regalos, “tus hijos”, se tornen el centro de tu universo; que sean tu motor, tu impulso y que a pesar de las adversidades luches, pues sabes que no dependen de nadie más, solo de ti, de tus fuerzas, del amor que puedas darles.
Agradeces tanto a la vida todos los días, no cambias por nada, la tranquilidad que te da entrar por las noches a su cuarto y verlos dormir, mirar sus gestos, saberlos seguros y darles un beso.
Te aferras tanto a ellos que se te olvida por completo que esos regalos son prestados, que crecerán y harán su vida y por nada del mundo quieres pensar en que algún día, Dios los pudiera llamar antes que a ti, pues sabes que tu corazón partiría con ellos, ¿Cómo podrías seguir viviendo si ellos ya no estuvieran?, esa pequeñas criaturas con las que no puedes estar enojado aunque quieras, a los que te cuesta tanto cumplirle los castigos pues es tanto el amor que les tienes que terminas por malcriarlos, porque no quieres que sufran… aun así, termines sufriendo tú.
Crecen tan rápido, llegan a la adolescencia volcando tu mundo de cabeza y llega el momento en el que te resulta imposible no preguntar, ¿Cuándo creciste? ¿Por qué no te entiendo hijo? ¿Por qué ya no hablamos sin pelear? ¿Cuándo dejé de ser tu héroe? Y sus respuestas te desgarra el corazón cuando te dice que ya no te necesita, que ya está grande, que quiere vivir su vida, dice que ya maduro, pero tú que lo conoces sabes que eso no paso, quiere correr cuando apenas aprendió a caminar y sabes que eso lo va a hacer tropezar e irremediablemente caerá y solo Dios sabe si de eso se podrá levantar.
Te acercas y le preguntas con todo el dolor del mundo, ¿Por qué quieres sufrir si sería tan fácil aprender a disfrutar? Si sería tan fácil esperar pues todo tiene su tiempo, si pensaras un poco en mí y muchísimo más en ti, verías que no es necesario vivir experiencias que no tienes que vivir y si tuvieras paciencia descubrirías lo que la vida tiene para ti.
Sabes que es difícil que te escuche, pero también sabes que siempre vas a estar ahí, siempre pidiéndole a Dios que lo cuide, proteja y de buenos pensamientos y aunque no lo quiera saber, siempre le estarás redundando; ¡Eres y siempre serás el mejor y más hermoso de los regalos que me haya podido dar Dios!