Feria de las fresas, año 1962. Yo seguí a una muerta

La mujer siempre lucía el mismo vestido y un peinado como antiguo

Contaba con escasos quince o tal vez dieciséis años; era el año 1962 y se celebraba la feria de las fresas, precisamente en el Estadio Revolución. Me encantaba ir a la feria del pueblo.

Me acuerdo que esta feria se llevó antes a la presidencia municipal y sus alrededores, posteriormente en el Estadio Revolución, el cual nos ocupa.

Bueno, pues mi relato es:

Que andando yo paseando por los stands de esta feria, sentí como que alguien me observaba. Al voltear para ver quién estaba ahí, vi que era una muchacha muy bonita en compañía de otras dos, más o menos de la misma edad; dieciséis o diecisiete años. En el momento que clave mi mirada en ella, me regaló una bella sonrisa.

Entonces me emocioné y empecé a seguirlas, caminando a muy corta distancia de ellas. La joven no dejaba de girar hacia mí, dibujando esa hermosa sonrisa.

Se hizo pronto noche, en ese tiempo las diez de la noche horas era muy tarde para uno. Dejé de andar tras ellas y subí al autobús de regreso al centro de la ciudad. Para mi sorpresa, ya estaban como pasajeras en el mismo camión e inmediatamente al verme, ella me sonrió.

Al llegar el transporte a la parada en el jardín municipal, las muchachas bajaron, y yo pues empecé a caminar a cierta distancia de ellas para saber el domicilio de la joven. Enfilaron por la calle Hidalgo hacia la calzada, llegando a la esquina de la calle Zaragoza, cuando las otras dos muchachas se separaron de ella sin despedirse y entraron a la calle Zaragoza, lo que me llamo un poco la atención, pero al final decidí no darle importancia.

Con el afán de alcanzarla y presentarme, apresuré mi paso. Ella siguió rumbo a la Calzada, luego entró a la calle Guanajuato. Yo pensé para mis adentros que podría ser mi primera novia. Para esto ya eran las diez y media y ya estaban solas las calles, aunque yo en mi empeño de conocerla, ni siquiera prestaba atención al tiempo.

Finalmente, se dirigió a la calle Pino (ahora Casuarina). No sabía que pasaba, pero por más que aceleraba el paso, no lograba alcanzarla, hasta que se detuvo en una casa. Tenía una puerta muy grande de madera, así como dos ventanas, una de cada lado de la puerta, también de madera. Tanto en la puerta como en las ventanas, sus marcos estaban decorados con cantera café y a los lados de la puerta colgaban dos farolas. La fachada de la casa estaba pintada de blanco y se iluminaba por las farolas.

Volviendo a lo de la muchacha, ella antes de entrar al domicilio, me hacía señas de que la esperara porque iba a salir (al menos eso fue lo que yo entendía).

Duré más o menos treinta minutos parado en la esquina de la calle y ella ni se asomaba. Empezaba a desesperarme, la calle estaba muy sola, pero decidí quedarme allí un rato más. Como nunca apareció, emprendí mi retirada a paso apresurado. Era muy noche y yo tenía que llegar a mi domicilio, que estaba en la calle Santos Degollado, casi a un costado de la llamada casa colorada (ahora en la actualidad Templo de la Divina Providencia).

Los tres días que la encontré en la feria, continué observándola de la misma manera y ella hacia las mismas señas. Mas siempre notaba que las dos muchachas que andaban con ella ni siquiera volteaban a verla, menos platicaban con ella y eso se me hacía muy raro. De todos modos, la idea de conquistar a la que pudiera ser mi primera novia no se me quitaba de la cabeza.

Era el último día de la feria y era mi última oportunidad; seguimos el mismo camino, los mismos pasos, pero sucedió lo mismo. Me hizo creer nuevamente que iba a salir, pero no lo fue así, entonces lo que hice fue retirarme como lo había hecho las otras veces y olvidarme completamente de ella.

Con el tiempo supuse que había seguido a ¡una muerta!

¿Por qué?

Por las siguientes razones:

Cuando andaba con sus amigas ni siquiera la miraban y tampoco cruzaban palabra con ella. Nunca se despidió cuando por la calle Hidalgo esquina con Zaragoza se separaba de ellas. Además, por más que apretaba el paso para alcanzarla, no lo logré y cuando llegaba a su supuesta casa, antes de entrar me hacía gestos de que iba a volver y no lo hacía.

Las tres ocasiones que estuvimos en la feria siempre lucía un vestido rojo y ampón, estampado de bolitas blancas y un peinado como antiguo. Sus supuestas amigas variaban en el vestir de ropa cada día y ella no; en todo momento traía el mismo vestido. Y, por último, la casa en ruinas no se pudo deteriorar en tres meses. ¿Qué se puede creer? ¿Fue o no una muerta a la que seguí?

Autor: Juvel González Casas.

Autor: Juvel González Casas.

Fue luchador técnico bajo el nombre de “El Tigre Vengador”, destacando en los años 70 como “el novato del 73”. Luchó en varias arenas del estado y compartió momentos con leyendas como El Santo. También fue bombero voluntario y desde el año 2000 se dedica a la carpintería, oficio que aprendió por cuenta propia.

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