“Amarres” combinados con panteón y cárcel -cuento-

Por: MakaBrown

La verdad dudamos mucho en acudir con la santera, pero ya estábamos ahí. El camino había sido largo y con este calorón parecía eterno.

Doña María abrió la puerta de mosquitero y nos invitó a entrar. Le contamos lo que nos pasaba: “Hemos visitado una docena de médicos y todos han coincidido”. No tengo nada según ellos, dijo Ely mi novia. Los pies me duelen mucho, siento como si los tuviera amarrados con un mecate. ¡Ayúdeme por favor, por favor!, le suplicaba Ely mientras se le ahogaba la voz en la garganta.

El Beto, Toño y Otilia se quedaron esperando en una banca de madera que estaba bajo la sombra.

Doña María se nos quedo viendo fijamente y fue muy tajante: “Es una persona que te tiene envidia, mucha envidia, es alguien grande, una mujer, y te esta haciendo un amarre”.

-¿”Un amarre”?, le pregunté. Pero, si estamos en pleno dos mil dieciocho, como…

-Mira mijo, si no crees, no se a qué has venido. Guardé silencio.

-Ese no es el problema. El problema es que seguramente, el muñeco con el que te están haciendo el embrujo está dentro del panteón del pueblo siguiente. Puedo visualizarlo (decía mientras tomaba su péndulo transparente), que está en el centro del panteón. Ahí hay un mezquite grande, no hay pierde, es el árbol más grande del panteón”.

– “Si no logran desenterrarlo… perderás la vida Ely. Se sentirás asfixiada y sólo tienen cuarenta y ocho horas para dar con el vudú.

Nos preocupamos demasiado al tiempo que nos levantábamos de aquellas sillas de plástico que tenía en su santería. La neta, nos la dejo caer cuando dijo sus “honorarios”, pero no había tiempo que perder. Sin titubear le pegué los dos mil pesos que me pidió y salimos corriendo.

En el camino, todavía con el aroma a incienso pasamos a la casa del Beto. Recogimos tres palas y un pico y los subimos a la camioneta.

Levantamos un polvaderon los siguientes 25 kilómetros. Según tomamos el camino de terracería porque nos quedaba más en corto.

Llegamos directo al panteón. Era un cementerio viejo y descuidado, no podía imaginarme cómo alguien quería hacerle daño a Ely… y por qué, era lo que nos preguntábamos.

-¡Allá está!, grito Otilia. Nos pusimos a observar el mezquite que nos había descrito la bruja. No lo pensamos dos veces, comenzamos a cavar. La tierra no estaba muy dura, tal vez debido a las lluvias de los días pasados.

-¿Quieres agua?, me decía Ely mientras me secaba el sudor de la frente. Tomé la botella de plástico y de dos tragos me la terminé.

El hoyo ya tenía casi un metro y medio de profundidad. Ahí estaba. Era una pequeña toalla roja enrollada con cuidado, adentro estaba un…

– ¡¿Qué hacen?!, ¡Arriba las manos!. Era la policía. Nos cayó en el preciso momento en que dábamos con el objetivo.

Soltamos las palas y el pico. Nos pusieron contra la pared, nos esposaron y nos subieron a la patrulla.

Afortunadamente Otilia alcanzó a recoger la toalla roja y se la metió adentro de su falda.

En barandilla les dijimos que no estábamos haciendo nada malo, tratamos de explicarles que buscábamos un muñeco vudú. Pero los oficiales se cagaban de la risa.

– “¡No mamen, creen que somos sus pendejos o qué!”.

– “Por favor, déjenos ir”, les decía Ely todavía con el dolor en las piernas y la sensación de que le oprimían el cuello.

– “Pues si no se mochan, se van a quedar aquí toda la noche”, dijo el más panzón de los polis.

-Me imagino que en aquel pueblo nunca agarraban a nadie, y querían desquitarse con nosotros. Las celdas estaban vacías, por lo que en una pusieron a Ely y a Otilia y en otra a nosotros tres.

Ya estaba oscureciendo y comenzaba a darnos hambre. De pronto Otilia soltó una carcajada que parecía venir del mismo infierno.

– “¡Otilia, nos has asustado, qué onda contigo!”, le dije.

– Miren… nos enseñaba algo que no alcanzábamos a distinguir.

– ¿Un pañuelo?, le preguntó Toño.

– No es cualquier pañuelo, es “el pañuelo del poli”… ja, ja, ja, seguía riendo desenfrenadamente.

Se levantó la blusa, sacó la toalla roja aún llena de polvo, y la abrió. Era un muñeco con unos alfileres en las piernas y una soga en el cuello. Alrededor un mechón de cabello rubio -teñido- muy parecido al de mi novia. Al quitar los alfileres y la soga, Ely parecía que había vuelto a nacer. Se puso a llorar de felicidad por el hecho de no tener más el dolor que la afligía.

-Otilia tomó el pañuelo y con él hizo un nuevo muñeco. Con mucha saña lo picoteó por todo el cuerpo y con el mismo mecate se lo puso en el cuello hasta “asfixiarlo”.

El policía “menos gordo” entró corriendo y nos abrió las rejas… ¡váyanse, váyanse!, nos decía despavorido mientras se arrancaba la patrulla a gran velocidad.

Desde ese día Otilia se convirtió en la bruja número uno de la región, bajándole la chamba a la Doña Mary… ¡y yo que dudaba ir con la santera por estar en pleno dos mil dieciocho!.

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