“Zancada a zancada
se fortalece la fraternidad
de quienes aman correr”.
Abel Pérez Rojas
Compartir la experiencia –aunque sea temporal- de vencer ciertas adversidades y de encontrar la fortaleza en momentos de flaqueza, son puntos de encuentro sobre los que se cimienta la conformación de una fraternidad.
Esto lo saben quienes profesan amor a correr atléticamente, y la transformación que esto provoca cuando se hace con asiduidad y sin el propósito central de la obtención de premios.
En simples palabras y en una connotación directa, los lazos de amistad, compañerismo y empatía provocan que surja ese sentimiento de hermandad que no se limita a una distancia ni al tiempo de tránsito de ese trayecto.
Se extiende y prolonga porque unos y otros saben que cuando alguien decide practicar este deporte, se asume un código de ética que podría reducirse en un principio básico: no corres contra el otro, corres para vencer tus limitaciones y para descubrirte en cada zancada.
Recapitulo sobre todo esto mientras tengo fresca la imagen de mi participación el pasado fin de semana en una competencia (9ª Simicarrera Atlética 10K Puebla), o mejor dicho, en una convivencia deportiva, de 10 kilómetros por algunas calles del centro histórico de la ciudad de Puebla y en gran parte del cerro de Acueyametepec, hospitalario de los fuertes de Loreto y Guadalupe, sede de lo que fue la batalla del 5 de mayo de 1862.
En el trayecto de esta competencia y ya muy cerca de la meta, específicamente en el kilómetro nueve, sufrí una caída. Por el cansancio estuve a punto de quedarme unos minutos tirado, pero dos segundos después una mano anónima me tomó de la diestra, me preguntó si estaba bien y me dio un mensaje de ánimo para que concluyera la ruta.
Me levanté. Troté despacio, mientras quien me ayudó se alejaba corriendo. Me repuse, tomé aire y unos cuantos metros antes de cruzar la meta le di alcance a mi amigo anónimo, pero no quise rebasarle y opté por cruzar la meta junto a él.
Unos cuantos metros después de cruzar la línea de llegada nos fundimos en un abrazo, le di las gracias por su ayuda y cada quien se perdió entre la multitud de participantes.
Así es la fraternidad que se establece entre quienes emprenden juntos una carrera.
A veces es con palabras de ánimo, otras veces con primeros auxilios o simplemente sabiendo que el otro –aunque desde su muy íntima experiencia- de alguna manera también está viviendo en su propio calzado la maravilla de descubrirse, literalmente: paso a paso.
Todo este mundo, del cual le platico, no es exclusivo de los corredores o de cualquier otra persona que lleva su práctica al ámbito iniciático, porque cualquiera lo puede experimentar si se da la oportunidad de vivirla y de transformarse con ello.
Por eso vale la pena que si usted se encuentra sumergido en la comodidad se atreva a salir de ahí y vaya a la búsqueda de lo que aquí le he platicado.
¿Se atreve usted a sumarse a las filas de quienes se hermanan corriendo?