“Sucedió en 1989 a principios de marzo cuando estaba en mi segundo año de servicio…
Faltaban 20 minutos para la hora de salida de clase en la Escuela Primaria Revolución donde laboraba la compañera Guille y un servidor.
En ese momento vi que empezó un aire fuerte y unas nubes muy negras amenazaban con lluvia, así que salí a buscar a mi compañera para ver si esperábamos que pasara.
Vi su salón vacío, a lo lejos en la cresta del cerro de Rondanejo como a 3 kilómetros de distancia vi que ella caminaba rumbo a la ciudad.
-Bueno, siquiera lleva sombrilla
Pensé y seguí dando clases hasta la una. Al salir vi que sí hacía mucho aire y me fui caminando rodeando el cerro por un camino diferente al de mi compañera que era recto.
Yo llevaba bicicleta pero me fui caminando hasta la cresta del cerro. Ahí decidí subirme ya que iniciaba la bajada. De pronto voltee al camino donde había visto a mi compañera hacia 40 minutos pero iba en el mismo lugar no había avanzado nada.
Empezó a bajar y me detuve para cerciorarme si era ella. Bajaba e iba sola, pero al llegar a la mitad del cerro y pasar por donde estaba un huizache de mediano tamaño, vi cómo una figura pequeña le seguía, como un perro o un chivo.
De pronto vi que le tiraba sombrillazos, el animal se pasó al frente y ella lo rodeaba, le lanzaba piedras pero este las esquivaba y así fue bajando hasta que la vi a unos 60 metros.
Ahí al final del cerro había un pequeño arroyo de unos dos metros de profundidad y 5 metros de ancho. En ese lugar duró varios minutos y como no salía fui a ver qué le había pasado.
Dejé mi bici tirada y como llevaba un radio pequeño tocando música en ese momento a unos 20 metros antes de llegar a donde estaba, ella salió llorando desesperada y me dijo:
-Gracias a Dios que vino porque ese burro no me dejaba pasar y me atacaba
Le dije:
-¿Cuál burro?
-El que me venía siguiendo
Contesté:
-Regrésese, vamos a buscar ese burro y le damos un balazo (yo traía una pistola calibre 25)
Ella no quiso y siguió inconsolable. Así continuó unos dos kilómetros, hasta que al llegar a la presa de Peñuelitas me empezó a contar:
-Yo empecé a bajar el cerro y lo vi a usted que venía por el otro camino y dije ojalá me vea y me espere. Al llegar al huizache sentí que una persona de aliento agitado me seguía, voltee y vi que era un burro, no le tome atención y caminé aprisa, de pronto sentí la respiración de un humano agitada en mi oreja y vi que era el burro.
Me dio miedo y empecé a rezar y tirarle sombrillazos, pero los esquivaba, caminé más de prisa y se me atravesó, le tiraba piedras y las esquivaba, dejé de rezar y le menté la madre, pero rebuznaba y pelaba los dientes burlándose.
Yo decía en mi interior que si el maestro me está viendo, ¿por qué no viene a ayudarme? Pero yo veía un animal pequeño, entonces al llegar al arroyo me quería derribar, yo lo esquivaba pero no podía rezar ni gritar. Entonces oí la música de su radio y pensé que me venía a ayudar, y el burro paró las orejas y corrió por el arroyo.
Al día siguiente la maestra ya no fue, permutó con otra maestra que solo se presentó un día y renunció al saber lo que le había pasado a la anterior. Eso fue a inicios de Marzo.
El 30 de junio antes de la clausura llegaron 3 señores y me preguntaron por la maestra y les contesté que buscó un lugar más cercano y se evitó esta caminata de dos horas.
-No es cierto, fue por el susto que le dio el burro
-¿Cuál burro? Les contesté
-No se haga, usted también lo vio, todos sabemos lo que le pasó y cualquiera de nosotros pudo mandarle a hacer esa maldad. La maestra no nos caía bien. Pero no se preocupe a usted nunca le vamos hacer nada.
Así me di cuenta como pueden hacer que uno vea cosas distintas al mismo tiempo. Este Nahual ya murió, vivía arriba del cerro, se llamaba Don Toño, pero conmigo siempre fue amable a pesar que toda la comunidad no lo quería.”
Ese fue el primero de 3 encuentros con nahuales de los cuales el maestro Alejandro Villegas fue testigo.