“Cuando los padecimientos nos reducen a la esclavitud del camastro,
sólo viajando a las profundidades del interior se encuentra paz”.
Abel Pérez Rojas
Opinión
La vida nos coloca en circunstancias indeseables que nos reducen a pasar largos años postrados en un lecho, a veces son la etapa final de nuestra existencia y otros son paréntesis que quisiéramos borrar de nuestros recuerdos.
Sufrir una enfermedad que impide el desplazamiento, que reduce a la escasa movilidad, pero que no es relativa a las facultades mentales, convierte a nuestro cuerpo en una cárcel y evidencia que somos más, mucho más que carne, huesos y cerebro.
Hace años conocí a una mujer valerosa que por padecer al mismo tiempo una serie de enfermedades su actividad motora se atrofió y mucho tiempo pasó en reposo, con pocas salidas de su habitación, sólo constatando el clima por la ventana. Lamentablemente con el paso del tiempo su situación fue cada vez más compleja hasta que falleció.
¿Por dónde orientar a alguien en situación de dolor permanente sobre su proceso formativo? ¿Cómo motivar a una persona en las condiciones anteriores sabiendo que mañana, pase lo que pase en el exterior, ella seguirá en convalecencia?
Se puede caer en la derrota o se puede vivir la enfermedad con valor. Es sutil el campo de acción formativo de las personas extremadamente enfermas, y es conveniente el acompañamiento que con amor y en silencio, respetuoso y sin juicios, acompañe al enfermo para que encuentre fortaleza y progreso donde parece que sólo reina la desolación.
Hasta nuestros días y como parte del proceso de iniciación de sus miembros, algunos grupos -principalmente quienes aún conservan sus tradiciones ancestrales- enseñan que el cuerpo es parte importante de nuestro paso por este planeta, pero que sólo es el contenedor de la consciencia, la cual a través de la mente permite comprender e interactuar en esta vida.
Como cada persona es más que cuerpo y mente, los sabios ancestrales enterraban en vida a los candidatos a sus misterios garantizándoles el suministro de oxígeno, haciendo que quienes habían tocado las puertas de sus santuarios pasara largas horas literalmente bajo tierra como si estuvieran sepultados.
Los chamanes provocaban que en la soledad del entierro afloraran en el candidato sus miedos, sus rencores, sus inseguridades; le orillaban a que renunciara a continuar con ese proceso de prueba. Los sabios querían que si la persona no superaba las incomodidades de su cuerpo -los dolores, los calambres- ni las acechanzas de su mente –por ejemplo la idea de que tal vez ya lo habían abandonado sus iniciadores- entonces clamara ayuda y con ello las puertas de los misterios que le aguardaban no se abrieran.
Muchos abdicaban a proseguir, pero quienes superaban la prueba entendían que la clave radicaba en guarecerse en su profunda interioridad, que no se trataba de una cuestión de concentración, sino de dirigirse a una especie de refugio interno, el cual no es mental sino de la consciencia.
La enseñanza del refugio interno a la cual me refiero es la que han entendido los maestros yoguis y faquires quienes voluntariamente pasan durante prolongados periodos –algunos aseguran que años- sin comer ni beber y en completo retiro, porque afirman que su fuente de energía proviene del prana y no de las calorías.
Hay gran similitud entre las personas que se encuentran atadas por su enfermedad a una cama y quienes estando sanos deciden acceder a misterios iniciáticos como los que le he narrado, porque su cuerpo y su mente son sometidos a la desesperación, a la desesperanza. Los segundos pueden poner alto en cualquier momento, el enfermo sólo de él depende la forma como puede encarar su situación, los tratamientos externas sólo atienden a lo físico, pero no pueden poner fin al suplicio personal, es el momento ineludible, cara a cara, con nosotros mismos: el juicio final.
Abel Pérez Rojas (abelpr5@hotmail.com / @abelpr5 / facebook.com/PerezRojasAbel) es poeta, comunicador y doctor en Educación Permanente. Dirige: Sabersinfin.com