Columnas

Duelos en tiempos de coronavirus

Resulta difícil entender la muerte, pero resulta aún más difícil procesar la pérdida de un ser querido en tiempos de pandemia por contagio

Por Lic. Psic. Andrea Julieta Herrera Saldaña.

Resulta difícil entender la muerte, pero resulta aún más difícil procesar la pérdida de un ser querido en tiempos de pandemia por contagio, donde los rituales de duelo pasaron a ser obsoletos y las despedidas de un ser querido se hacen a través de un cristal, llamadas, notas de voz o mensajes de texto, no poder despedirlo, velarlo como se acostumbraba e incluso ser sepultado quedo de lado.

La cultura mexicana que tantos rituales conlleva en cuestión de la muerte paso de lo tradicional para abrirle paso a la cremación de sus seres amados, el privarse de elaborar su duelo mediante el llanto incesante en un velorio entre rezos y cantos como despedida de la persona amada, poder llevar a paso lento y en una carroza fúnebre los restos a descansar a un panteón, para que el cuerpo inerte infectado sea llevado de inmediato a un proceso de cremación.

Sentimientos encontrados, dolor incesante, culpas, miedos y tantas preguntas ante miles de pérdidas y contagios que no ceden, el buscar culpables y señalar las carencias de una sociedad que está al límite del colapso, la búsqueda constante de refugio en santos, peticiones y mandas para curar a quien contrae el virus, sin encontrar respuestas y alivio, el constante reclamo a los profesionales de la salud, a los presidentes y candidatos por acciones irresponsables que como sociedad tomamos todos.

Ira acumulada en cada persona que no pudo despedirse de un familiar al borde de la muerte, enojo y frustración ante la incapacidad de encontrar un tanque de oxígeno o lugar en un hospital para ser atendido por la elevada demanda de contagios, son solo algunas de las emociones que en nuestra cultura se hacen presenten; que poco a poco rebasan nuestra salud mental.

El deseo constante de ver a quienes en un hospital reposan con expectativas bajas de vida, conectados a un tanque o peor aún inducidos en un coma intubados para poder respirar, donde algo que ofrece el mundo de forma intangible como es el oxígeno hoy se vende en altos costos y supera la demanda para mantener vivo a un enfermo por COVID, ante tal desesperación las familias van perdiendo e incluso empeñando los bienes materiales para preservarlo con vida sin saber el desenlace final.

El dolor se hace presente y en aumento en cada casa, cada familia donde dejaron de ser cifras los contagios para convertirse en seres amados y personas conocidas, dejando un moño negro en cada hogar con pérdidas irreparables y estragos en cada individuo ante un virus que arrasa con todo a su paso.

La ignorancia jugando un papel fundamental que nos coloca en un alto índice de contagios por la creencia de que son inventos del gobierno, la justificación de no usar un cubre bocas considerando que no sirven de nada,  o incluso su mal uso debajo de la nariz, en la papada o en la bolsa, usándolo solo para entrar a un establecimiento como requisito para entrar a un negocio y efectuar una compra pues de no ser así no se atenderá, para después pedir que un gobierno arregle las consecuencias de los actos que nos han llevado a una insuficiencia de insumos, de personal de salud, así como de instituciones médicas argumentando un servicio deficiente que puesto sobre la mesa en otras palabras yo señalaría: ¡Somos un pueblo deficiente!

La lucha es ardua, cansada y sin fin, el decir adiós a miles de seres humanos que poco a poco se van de este mundo sin ser despedidos como hemos aprendido y guardando una urna en casa o deshaciéndonos de ella en algún lugar bello donde solo de un cuerpo quedaron cenizas, recordándonos la vulnerabilidad del ser humano ante un virus que hoy nos pone de rodillas.

La necesidad de aprender y reaprender que el virus nos quiere enseñar algo y que estemos dispuestos aprender: la solidaridad con el prójimo ante momentos de dolor y escasez, la empatía con el vecino que salió contagiado y requiere un favor, el desesperado que busca insumos y carece de dinero porque ya vendió todo lo que tenía y su madre aún no mejora, el comerciante que aún no ha vendido nada y no tiene para llevar a casa el pan de cada día.

Empecemos por quejarnos menos, y comencemos por apoyar más, dejemos de señalar a los demás y veamos que está mal en nosotros mismos, no busquemos culpables fuera, encontremos soluciones, no pidamos magia para arreglar lo que hemos hecho mal, enfoquémonos en actuar, es mejor hacer que decir, es mejor avanzar que estancarse, pero sobre todo es mejor aprender que vivir ignorante.

“No tengas compasión por los muertos. Si no por los vivos y mucho mas a aquellos que viven sin amor”
J.K. ROWLING

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