Vuelve el sonoro rugir del cañón a Santa Rosa de Lima

Representan lugareños la tradicional batalla tejocotera para representar la toma de Guanajuato por las tropas insurgentes

Guanajuato Gto. – Como pasa cada año, los indios tejocoteros se volvieron a cubrir de gloria. Sin el rigor de la historia, sólo por el gusto de celebrar, divertirse y refrendar su identidad, la comunidad de Santa Rosa vivió y gozó la representación de la toma de la ciudad de Guanajuato y la consecuente toma de la Alhóndiga de Granaditas.

Es una representación que roba reflectores al Festival Internacional Cervantino y mantiene su esencia de memoria popular que interpreta a su manera la gesta por la independencia de una Nueva España que se convertiría en Imperio Mexicano y terminaría como república federal.

La historia

La fiesta de los Indios Tejocoteros se remonta a 1934, cuando don Tomás Ulloa, oriundo de Santa Rosa de Lima, ubicada a un lado de la carretera Guanajuato-Dolores Hidalgo, retomó lo que era una tradición ancestral: representar el inicio del movimiento de independencia.

Según el también llamado Indio Mayor, la fiesta inició en 1864, cuando pasó por Santa Rosa el emperador Maximiliano, que regresaba de Dolores Hidalgo, a donde acudió para conocer el lugar donde inició la revolución contra los españoles.

Para explicar cómo fue el suceso, los lugareños representaron a los insurgentes. Como nadie quería representar a los españoles, el emperador dispuso que su escolta de soldados zuavos hicieran ese papel.

A partir de ese momento, cada año la comunidad escenificaba el inicio de la independencia, con soldados “españoles” con atuendo francés. Según la tradición oral, la tradición se suspendió en 1910 por la Revolución Mexicana y se volvió a suspender en 1927 por la Guerra de los Cristeros.

Don Tomas Ulloa García, “El Indio Mayor” la retomó en 1934 y desde entonces no ha habido interrupción, salvo 2029 y 2020 debido a la pandemia de Covid 19.

La fiesta

Don Tomás Ulloa falleció en 2008 a la edad de 97 años, pero sus hijos y sus nietos han seguido la tradición, ahora reanudada en 2022.

La fiesta es realizada el segundo fin de semana de octubre. El sábado hay una convivencia popular local y se representa el grito de independencia, a cargo del presidente municipal en turno.

El domingo continúa. Reinicia por la mañana con un desfile cívico, en el que participan bandas de guerra, hay una banda de música y desfilan estudiantes de las escuelas del poblado y de localidades vecinas. Suben por la calle principal del poblado hasta llegar a La Cruz, la zona más alta de la comunidad.

A partir de ese momento van representando la toma de la ciudad de Guanajuato con batallas simuladas a lo largo del descenso.

Primero dialogan con los “españoles”, comandados por un sacerdote, representado por Adrián Herrera, cuyo padre, Raymundo Herrera, hizo ese papel durante décadas hasta su muerte en 2021.

Es una fiesta antisolemne. Los participantes bailan al son de la banda de música de viento y beben mezcal y cerveza; gritan y se divierten. Las piezas más comunes son el Pávido Návido y Juan Colorado.

A lo largo de la calle representan la batalla con un protocolo ancestral: hay avanzadas, luego arremete la caballería (integrada por charros del municipio) y finalmente se realiza el combate entre indios y españoles, en el que participan niños, niñas, hombres y mujeres. Unas batallas son ganadas por indios y otras por españoles.

Aparecen personajes como el Pìpila, representado por Xicoténcatl Ulloa, hijo de don Tomás, y Juana Gabina, considerada la esposa del Pípila y que también suele ser representada por mujeres de la familia.

Otros se atavían de Miguel Hidalgo e Ignacio Allende y los participantes usan en su vestuario, similar al de los revolucionarios de 1910, accesorios tan diversos como lentes oscuros, tenis, camisas deportivas y hasta mochilas de partidos políticos.

Las mujeres visten como chinas poblanas y, al igual que los varones vestidos de indios, lucen collares o “cananas” hechos con tejocotes.

Como parte del combate, ambos bandos hacen sonar pequeños cañones y viejos mosquetes, a los que atiborran de pólvora y taponan con papel, pero que generan un gran estruendo.

En el Altar Cívico, ubicado junto al templo de la comunidad, rindieron homenaje a los que se fueron, para continuar camino abajo, donde siguieron los guamazos, que se soportaban gracias a las caguamazas, bien frías, no sin previamente avituallarse con tortas y tacos de carnitas, gorditas con guisado, quesadilla con nopales, enchiladas mineras y demás tesoros culinarios.

Ya cuando atardece, se representa la toma de la Alhóndiga de Granaditas, con su Pípila valiente, pero piromaniático, queman pirotecnia y concluyen con el fusilamiento a los españoles, que en la historia fueron masacrados con odio jarocho.

Nuevas generaciones

La Fiesta Tejocotera tiene nuevamente un: niños y niñas por doquier. Los había como espectadores, soportando el estruendo; los había ataviados de indios y gachupines; los había en las bandas de guerra y de música de viento. Los había en el pentatlón que cuidaba el orden, los había con su celular, muchas veces contenidos para no participar en ese mundo real de explosiones, caballos a galope.

Acuden visitantes de múltiples lugares, que aprovechan su rol cervantino de octubre por la ciudad de Guanajuato.

Don Tomás Ulloa falleció el 15 de abril de 2008, a los 97 años de edad, en la Sierra de Santa Rosa de Lima. Su herencia está en sus hijos, que mantienen la identidad y orgullo de una comunidad enclavada en la sierra pisada por José Alfredo Jiménez, una lomita antes de mirar el caserío y las torres de Dolores Hidalgo, su pueblo adorado.

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