Cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras1.
Diré, finalmente, de qué se trata, se trata menos de recordar que de reescribir la historia2.
Del recuerdo no tenemos una imagen fidedigna; la imprecisión no es su debilidad sino su potencia. El recuerdo se teje entre las palabras y el olvido. El recuerdo irrumpe, desgarra, empalma, vuelve a desdoblar el tiempo. Freud advertía que no se trata de ir en búsqueda del sueño originario, recordar con exactitud; recuerdo, duda y olvido se trenzan en una suave tesitura. El recuerdo y el olvido danzan como un par de enamorados en la pista de baile; seducción permanente que rompe con el artificio de la imagen. El recuerdo no es presencia pura, ni verdad inmutable; en la medida en que se recuerda, se vuelve a escribir. La escritura conjuga el recuerdo hasta olvidarse a sí mismo.
El recuerdo no codicia la verdad; las palabras arrancan de toda completitud al recuerdo. Gira, se atraganta, se asfixia; revive, sobrevive, explota en letras que atraviesan el cuerpo. Labios impávidos que se muerden para evocar el ombligo indescifrable. En la medida en que se escribe, el recuerdo se borra; cazador mirando las huellas que el zorro disimuló con su cola. Cuando se recuerda, las palabras nos llevan a un centro inexistente; cuando se recuerda, la escritura se pone en marcha: juega, ríe, se empapa, chapotea, brinca.
El recuerdo se clava en las cicatrices de un amor olvidado; cuando la palabra olvida, el cuerpo nos recuerda. Pero también, el recuerdo imprime caricias; hunde su lengua en las ásperas superficies del cuerpo.
El recuerdo olvida la verdad. Recordar no es ir en búsqueda del tiempo perdido; es recrear y construir siempre de nuevo. No hay castillo de arena indestructible, aun así, el niño brinca de emoción cuando el agua deslava lo ya construido: ¡quiero volver a levantar mil castillos diferentes! Arena infinita; palabras que bordean lo indecible.
Recuerdo: conjuro místico; en la medida en que te presentas te ocultas. Encerrado en las paredes de las palabras nos desbordas, siempre vas más allá de nuestra voluntad.
¡Ah recuerdo! Cómo olvidar cuando escribiste: ¡La verdad se perdió entre raudales de palabras! No dejes de plasmar en mi cuerpo garabatos enigmáticos entre el inglés, el francés, el griego y el latín: porque en la incomprensible escritura de tu mano, a veces invisible, tatúas la posibilidad de reescribir mi historia.
Un año más sin (con) la lo-cura de Nietzsche.
Y así es la escritura que a veces surge de un deseo de recordar, de hacer algo para no olvidar y lo que cuenta es justamente… otra historia.
Lieber Freund su escritura aquí me hizo recordar a alguien, usted sabrá a quien…