“Yo soy más
que la mente que conceptualiza”
Abel Pérez Rojas
Sufrir la pérdida de un ser querido nos sumerge en aguas muy lejanas, hasta que no se vive ese trance.
La preparación que tenemos sirve de muy poco. En realidad la tristeza que generan la pérdida y los recuerdos de quien estuvo muy cerca de nosotros, de cualquier manera es parte del duelo que hay que vivir.
Bien se dice, que cuando lloramos una partida, en realidad lloramos por nosotros, porque nos quedamos sin aquél o aquella que se fue. Sin embargo, no reconocemos nuestros propios sentimientos, y lo aducimos al sufrimiento por el cual transitó el difunto.
Nuestra mente conceptual nos juega una serie de trampas con los recuerdos del difunto, y nuestro egoísmo o sentido de propiedad hacia quien se fue es la causa de nuestro sufrimiento.
Le comparto algo que recientemente viví.
La semana pasada falleció mi padre, un hombre con el cual tuve la fortuna de vivir muy de cerca la infancia, la adolescencia y, tras un largo periodo de varios años debido a mi cambio de residencia, algunos meses del penúltimo tramo de su vida.
Fueron esos relativamente recientes meses los que me permitieron establecer una relación invaluable porque nos comunicamos como amigos adultos.
Debido la cercanía y la oportunidad de acompañarle en su muerte esto pudo haberse convertido en una losa pesada, en un fuerte trago amargo y sobre todo en una serie de sentimientos que desearan retenerle en esta vida.
Pero no fue así.
Afortunadamente le pude acompañar en la medida de mis posibilidades y mejor aún, no fui el único que asumió la actitud de ayudarle a continuar su viaje.
Los últimos días y momentos que pasamos juntos me dieron la oportunidad de reflexionar sobre las trampas de la mente conceptual, aquella en la cual se ha centrado nuestra educación formal y que es la generadora de pensamientos y razonamientos que dominan nuestra existencia.
Si logramos estar en paz en esos momentos difíciles no sólo estaremos en condiciones de ayudar al bien morir, también conseguimos reponernos con mayor rapidez a lo que está sucediendo y asumirlo como un proceso natural, que en la mayoría de los casos reviste ciertos rasgos de felicidad porque durante nuestra vida trabajamos para partir de determinada manera.
¡Qué valioso es darse cuenta que nosotros no somos nuestra mente, y sí en cambio ella es una parte, sí importante, pero sólo una parte de quienes somos!
Ante los oleajes de recuerdos y frente al remolino de emociones nada más a cobijo que guarecerse en la paz y el silencio de nuestro interior.
En aquel vacío que los maestros llaman: “lo que llena todo” y que desemboca en una actitud de total apertura, estado que de acuerdo con Tenzin Wangyal Rinpoche, “es donde comienza la alegría de vivir”.
¿Qué le parece?