La hermandad de quienes corren

abelrojas

Opinión.- El pasado fin de semana mientras participaba en una carrera de cinco mil metros me crucé con dos ejemplos que me hicieron pensar sobre el reconocimiento del mérito ajeno, la fraternidad y el trabajo individual… que quiero compartir con usted.

Entre el kilómetro dos y tres corrí durante unos pocos minutos al lado de un hombre tal vez quince años mayor a mí, unos muñones apenas recordaban que alguna vez tuvo brazos, pese a ello, su cuerpo atlético delataba que se trataba de una persona dedicada a este tipo de competencias. Sólo lo tuve unos minutos a la vista porque en breve me rebasó y lo perdí de vista, pero sí pude constatar como a su paso despertaba miradas de respeto.

Más adelante y a casi trescientos metros de la meta observé como un hombre alentaba a su hijo,  de escasos diez años, para que concluyera el recorrido. Quienes pasamos a su lado también alcanzamos a alentarle con unas cuentas palabras. El niño tomó aire y llegó al final de la carrera.

Es frecuente encontrar en una carrera de fondo a personas que se apostan para dirigirse a los participantes con palabras de aliento y muestras de cariño, o que entre los participantes se motiven –aun sin conocerse- para concluir la prueba,  pero ¿qué provoca esas muestras de solidaridad y cómo se vinculan con nuestra vida diaria?

Detrás de toda competencia hay niveles de preparación tan arduos y prolongados que los hace sólo accesibles a los atletas de altísimo rendimiento. Un artista o un atleta que opta por esta forma de vida está decidido a conquistar el triunfo, y así  logra vencer su estado de confort y emprender la aventura.

Entonces empiezan a haber elementos comunes entre los corredores: disciplina, deseo de superación, búsqueda de la salud a través del ejercicio, tal vez hasta cierto placer por exhibir las cualidades atléticas.

Así que entre quienes corremos se expande un sentimiento de unidad; mientras que los espectadores muestran su respeto a aquellos en quienes se les reconoce el mérito de la preparación y del esfuerzo que están realizando.

En la vida diaria no es fácil reconocer el mérito ajeno, pero en un contexto distinto, como el que describimos, las cosas cambian porque hay un elemento importante: si la persona no es un atleta de alto rendimiento y no se compite para ganar la competencia, entonces se acentúa que la competencia es consigo mismo.

Competir con uno mismo implica mejorar el tiempo que se emplea en el recorrido, también conlleva disfrutar del trayecto, mantener la concentración, además de concluir la distancia sin ningún accidente.

Competir con uno mismo hace que nuestra atención se centre hacia nuestra interioridad y el contacto con los otros emerge desde esa dimensión.

Esta relación íntima también se percibe desde el exterior, por eso los espectadores se entregan a los corredores. Este es otro elemento que debemos incorporar a la vida diaria.

El reconocimiento del mérito ajeno es algo que si bien se aprende a lo largo de la vida, también es cierto que el contexto incide, como en el caso de las carreras de fondo.

Cada participante en una carrera de este tipo lleva consigo su propia historia, que tal vez sea parecida a las otras, pero es irrepetible.

Así, entre esas siluetas sumidas en sus propios pensamientos, en su propia música, en su única mirada, empieza a salir a flote un sentimiento que perciben los otros y que al emerger entreteje una red que aunque sea por un instante nos hace disfrutar de una hermandad que a veces podemos trasladarla intermitentemente en la vida diaria para prolongarla más.

“La competencia con uno mismo
incide para reconocer el mérito del otro”
Abel Pérez Rojas

Abel Pérez Rojas (abelpr5@hotmail.com / @abelpr5 / facebook.com/PerezRojasAbel) es poeta, comunicador y doctor en Educación Permanente. Dirige: Sabersinfin.com

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