“Fusión de aromas” (cuento)

maka brown

Olía bien rico. Olía a flores. Pero también olía a ese extraño aroma de Guanajuato. Olía a alcohol y a fiesta. La fiesta del Día de las Flores. Era jueves y mi cuerpo lo sabía. También el de ella. La fila para la entrada al baile parecía la de las tortillas. Interminable, pero nadie se movía de su lugar. Ya llevaba unas copas encima por aquello del precio del alcohol. Iba dispuesto a todo… literalmente a TO-DO. Había quedado de verme con unos amigos, pero seguramente agarraron la jarra y se quedaron dormidos. Ya estaba ahí y el grupo que abría el baile tocaba “Soy de rancho”, “si señor yo soy de rancho, soy de botas y a caballo”. Abrí la primera lata del momento mientras echaba un vistazo. La polvareda estaba a todo mientras la raza le zapateaba al Komander.

Pasaron varias canciones y varias cervezas. Ya cuando estaba más a tono, la vi a lo lejos, era una chica tan bonita, que no podía quitarle la mirada de encima. Su pantalón bien ajustado, sus botas, su chalequito de mezclilla y su texana, la hacían ver la mujer
más sexy del lugar. Su cabello negro y suelto junto con su boquita, los ojos claros y la piel morena, la convertían en una diosa.

-¿Bailamos?

-Claro, me contestó.

-Mientras la tomaba por la cintura, le pregunté su nombre. Rosa. Rosa Meleño.

– Solté la carcajada. Sabía que me estaba albureando.

– Ja. Ja. Ja. Víctor. Me llamo Víctor.

“…ese deseo que se esconde en la mirada,
el fuego atroz de una pasión desesperada
esa inquietud alborotada, con el alma destrozada
huele a peligro…”

Cuando terminó la canción sabía que era mía. Fuimos por una cerveza mientras veíamos a todo el pueblo dándole duro al bailongo. Bailamos una y otra canción. Estar junto a aquella chica fue como un instante. Se terminó el baile, pero no la fiesta. De hecho, la fiesta apenas iniciaba.

Tomamos un taxi y nos fuimos al centro. Nos dejaron en Los Pastitos porque no había paso hacia el centro. A pesar de que eran las tres de la mañana, Guanajuato estaba a todo lo que daba. Parecía Cervantino. Nos fuimos caminando en busca de un lugar donde pudiéramos estar solos por un rato, pero todos los hotelitos estaban hasta el tope.

Me acordé del callejoncito “aquel”, y sin medir el peligro, le dije a Rosa que subiéramos jalándola suavemente por la mano.

-Víctor, vamos muy deprisa, -me decía.

-Ándale Rosa, vamos.

-No, espera un poco más.

-Ok, tienes razón, (aunque por dentro pensaba todo lo contrario).

Llegamos hasta el jardín Unión y era un mar de gente… o mejor dicho un mar de borrachos. De todos los antros y bailes se habían reunido como ya es tradición en Guanajuato. Apenas y podíamos caminar, porque por un lado toda la gente se empujaba, mientras que por el otro, los puestos de flores y huevos de pascua impedían el paso a las orillas de la banqueta.

Se acercó un vendedor de flores y elegí unas rosas. “Rosas para Rosa”, le dije sonriendo.

-¡Gracias, eres muy lindo!, me dijo sonriendo.

-Vámonos por la calle de Alonso, me dijo, mientras me jalaba de la mano. Al pasar por el túnel que da a la calle de abajo, Rosa no lo pensó dos beses y me dio un tremendo beso. Sus labios me mordían por todas partes.

-Sígueme, me decía mientras subíamos por un callejón donde ya no pasaba gente.

Es como si se hubiera transformado. Aventó por un lado las flores que antes le había regalado y comenzó a dar rienda suelta a su pasión.

“Huele a peligro”, retumbaba mi mente. ¿Por qué no podía dejar de pensar en aquella canción?

Fue entonces que mi mano se estiró hasta llegar el lugar “prohibido”. ¡Tremendo paquete!, ¡tremendo pa-que-to-te!.

Di un gran salto hacia atrás, y mientras me preguntaba qué ocurría.

Te lo dije desde un principio. ¿A poco creías que así me llamaba en verdad?. Soy “Roza”.

Mi mente dio vueltas y vueltas, mientras no dejaba de limpiarme la boca, escupiendo hacia el suelo, y la otra tonadita me reventaba la cabeza:

“… que es un mentiroso,
que te ha confundido
que solo al principio era divertido,
y ya ven a mis brazos,
que si está dormido
no escuchara el ruido…
que harán en tus zapatos”.

Pegué tremenda carrera entre aquel gentío. Entre ebrios y turistas, visitantes y lugareños. Entre aquel aroma de flores que se convirtió en un olor a peligro, entre aquella inolvidable fusión de aromas.

Por: Maka Brown
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