Día de la Cueva: tradición centenaria en una cañada domesticada

Por: Federico Velio Ortega Delgado.

Guanajuato, Gto.- Una hilera de puestos con comerciantes procedentes de varias partes del país, juegos mecánicos como los de cualquier feria del pueblo, un jaripeo y poca música y suficientes cervezas. Todo eso para un ceremonial básico: subir paso a paso, desde hombres y mujeres, niños y adultos mayores, por un camino de piedra y tierra resbalosa, a mirar desde lo alto a la ciudad, degustar golosinas y comida callejera, echarse unos tragos y, los más místicos, llegar a lo alto para participar en una ceremonia religiosa.

El Día de la Cueva casi no tiene turistas, es una fiesta de y para la gente del Guanajuato que transitó del peregrinar chichimeca al fervor novohispano para culminar en una modernidad de fotos y videos en portales digitales.

La tierra despojada

En 1541, el virrey Antonio de Mendoza otorgó tierras aleñadas a lo que hoy es el río Guanajuato y en torno al que se construiría la ciudad, a Rodrigo Vázquez, en recompensa por los servicios prestados durante la conquista.

En 1548 el arriero Juan Rayas encontró la primera mina y en esa década fueron descubiertos en la zona más yacimientos de oro y plata. Fue tanta la riqueza que habría de convertirse en 1570 en Villa de Santa Fe y Real de Minas de Guanajuato.

Esos territorios, empero, habían sido dominios purépechas (quienes habían puesto a la zona el nombre de Quanaxhuato) y antes estaban en poder de los otomíes, que en su calidad de vasallos de los mexicas le habían nombrado “Paxtitlán” (lugar de heno), dominio que habían logrado por sobre los ocupantes más antiguos: los chichimecas, que conocían la zona como Mo-o-ti (Lugar de metales).

La fe sustituida

Los inicios de la festividad de la cueva datan de 1616, cuando los jesuitas iniciaron la veneración a su fundador, Ignacio de Loyola, a quien habían nombrado Patrono de la Villa.

¿Qué sentido tenía salir de la ya de por sí abrupta cañada para trepar a una zona aún más escabrosa? La respuesta está en las cuevas: eran espacios ocupados por chichimecas y lo habían sido por totelcachichimecas. Los vestigios están casi desaparecidos, pero se les puede aún percibir. José Luis Lara Valdés, doctor en historia e investigador de la Universidad de Guanajuato, considera como sustentada la hipótesis de que la celebración católica en honor a Loyola es un acto de desplazamiento de posibles ceremoniales prehispánicos.

La fiesta

Fuegos artificiales.

El 31 de julio es la fecha de festejo al beato Ignacio de Loyola. Se trata de algo de simple apariencia: llegar a las faldas del cerro de la Bufa, donde están una feria con juegos mecánicos y vendimia de comida, bebida, ropa, juguetes y objetos varios.

Los que llegan la noche del 30 de julio pueden quedarse a acampar. Hacen fogatas, beben y comen. Unos se quedan en la base, otros trepan hasta la cueva que se encuentra en la parte alta del cerro.

Desde hace algunos años, el lugar es iluminado y las luces son encendidas entre fuegos artificiales.

Al amanecer, la tradición marca subir a la cueva y participar en una ceremonia religiosa a la una de la tarde. La fiesta, sin embargo, no es sólo eso:

Desde hace 50 años se realizaba una cabalgata hasta la cima. En esta ocasión fue organizada en día 30, en la que participaron 450 personas, entre jinetes y amazonas, acompañada con un concierto –esta vez fue el grupo “Viento y Sol” y un espectáculo de jaripeo.

Para cualquier turista profano, el ascenso a un cerro, con roca con tierra suelta, para llegar a una cueva y mirar figuras y rezar a religiosas, podría representar un acto de mera curiosidad sociológica.

Pero hay algo que no sienten. La gente de Cuévano-Guanajuato trepa paso a paso, con sus bebés y sus mascotas, con el bastón o hasta con la bocina; llevan consigo la canasta con comida y la hielera con cervezas para tener el gusto de estar en la naturaleza y ver al fondo a la Mo-o-ti iluminada; a medianoche se convierte en Paxtitlán y por la madrugada es Quanaxhuato. Con la luz del día esa ciudad se ha convertido en Guanajuato multicolor, con sus construcciones excelsas, sus callejones y sus casas multicolores.

¿Cómo hacen para poder llegar hasta allá?

Por sus venas fluye la sangre del indómito chichimeca, la del laborioso otomí, la del solemne purépecha y la del audaz español. Son pueblos vigorosos que domesticaron esa cañada por sobre vientos helados e inundaciones y ahora pueblan una ciudad que debería ser inhabitable.

Que el Tire Pame de los èzà’r, el Ehécalt de los hñähñu, el Curi Caberi de los purépechas y el Ignacio de Loyola del catolicismo les iluminen para que lleguen con bien a sus casas, sin rodar de nalgas piedras abajo, y les ayuden al día siguiente a curar sus crudas.

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