Siete luces en La Cueva -cuento 005-

A medida que nos acercábamos se empezaron a escuchar murmullos. Y si, como dijo Brandy parecían rezos o cánticos de adoración.

Brandy y Sam quedaron de pasar por mí para irnos de campamento como cada año a la Cueva en la celebración del día de San Ignacio de Loyola en Guanajuato.

Tenemos más de ocho años ininterrumpidos, y aunque en esta ocasión cancelaron la fiesta por lo de la pandemia del covid-19, eso no fue motivo para cancelar nuestra aventura.

Lo que les voy a contar a continuación, tal vez no me lo crean por lo terrorífico que puede parecer, pero les juro que es verdad. Conocimos a un grupo de brujas, eran seis para ser exacto, pero una de ellas tenía algo especial, más especial que las demás: era increíblemente hermosa y más adelante les diré por qué era diferente.

Eran casi las ocho de la noche cuando íbamos en camino al cerro de los Picachos, conocido también como La Bufa. Llevábamos lo necesario: alcohol y más alcohol. Y por si se ofrecía, una casita de campaña y bolsas para dormir.

Siempre acampábamos cerca de La Cueva, no nos gustaba hacerlo hasta a mero arriba, porque hacía mucho aire y se volaban las cosas.

Este año fue diferente. No había campamentos como en otras ocasiones, ni gente ni nada. Estaba literalmente muerto el cerro. Esto de la pandemia, le vino a poner en su madre de la gente de Guanajuato. No sólo a los turistas o vecinos, sino a los que comercializan sus productos en este día tan conmemorativo.

Cerca de las tres de la mañana, Brandy fue a hacer del baño y de pronto regresó corriendo haciendo la seña con el dedo de que guardáramos silencio.

Estaba pálida, blanca, como si lo que hubiera visto le hubiera arrancado el habla.

-¿Qué pasa, qué tienes?

-¡En la cueva!… ¡en la cueva!… allá, señalaba con el dedo hacia su lado izquierdo.

La respiración estaba entrecortada y nuestra amiga no alcanzaba a respirar para poder explicarnos, pero de antemano sabíamos que algo no andaba bien.

-Brujas… ¡hay brujas!.

– ¡No mames!, le dije.

-¡En serio!, son seis, están formando un circulo alrededor de una fogata. ¡Eran los ruidos que escuchamos hace rato!. No fue nuestra imaginación, pareciera como si estuvieran en oración.

Samuel tomó la linterna y me hizo la seña de que lo siguiera.

-Aquí los espero, dijo Brandy.

Me encogí de hombros y seguí los pasos de Sam.

A medida que nos acercábamos se empezaron a escuchar murmullos. Y si, como dijo Brandy parecían rezos o cánticos de adoración.

Poco a poco se empezó a ver la luz de la fogata. Era muy raro que no la hubiéramos visto antes, pues estábamos en total oscuridad en aquel cerro.

Cuando llegamos al lugar la escena era realmente increíble. Seis brujas vestidas de negro, con una capucha negra estaban formadas en circula dando vueltas alrededor de la fogata.

Hicieron un alto y en sus manos llevaban unas copas llenas de… ¿sangre?.

Parecía sangre, sus sonrisas macabras nos decían claramente que estaban en la adoración a Satanás.

Samuel y yo permanecíamos escondidos tras los matorrales. Apagamos la linterna para evitar ser vistos. Una de ellas, la que parecía ser la bruja líder, tenía algo especial: estaba embarazada. Se veía claramente que su abultado vientre estaba por dar a luz.

Se sirvieron otra ronda de aquel líquido, y en ese momento ya no nos quedaba duda que era sangre. Se limpiaban la boca con su vestido mientras sonreían y celebraban.

Cerca de la fogata había una mesa, amplia, no muy alta, pareciera más bien como una cama. La bruja que estaba encinta comenzó a desnudarse.

Se veía tranquila mientras su cuerpo era iluminado por la luz del fuego. Era hermosa, muy bella, de cabello largo y negro como la noche.

Su piel blanca contrastaba perfectamente con las zonas más oscuras de su ser.

Se recostó en aquella mesa, mientras que otra mujer apareció de entre la oscuridad. Se veía diferente a las otras brujas, pues esta era una anciana, encorvaba y traía cubierta la cabeza.

Lo que vimos después no lo olvidaremos nunca. El nacimiento de un ser diferente. Era como un ser de luz… oscura, es difícil explicarlo.

No lloró, por el contrario, el pequeño bebé sonreía, pero su risa era demoniaca. Parecía que disfrutaba el momento.
Lo limpiaron con una manta negra que también hacia contraste con aquella piel blanca del recién nacido.

Cuando una de las brujas lo tomó por un momento, lo alzó hacia el cielo diciendo que por fin había llegado, que ya estaba en la tierra el hijo de Lucifer.

Samuel y yo estábamos literalmente orinados. Cuando no podíamos más aguantar la respiración, aquel fuego se extinguió. No se veía nada, ni las brujas ni rastros de ellas.

De pronto, unas lechuzas salieron de la cueva. Eran aves brillantes que se elevaban hacia el cielo. Formaron un circulo justo arriba de nosotros y perdiéndose en la oscuridad.

Sam y yo regresamos con Brandy… Prometimos no decirle nada.

Desde esa noche, cada que miro hacia el cerro de Los Picachos, alcanzo a distinguir siete luces que giran en medio de la oscuridad.

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