Guanajuato.- Rastros casi invisibles de pinturas rupestres muestran que españoles colocaron figuras de sus santos para desplazar cultos de toltecachichimecas, pero no pudieron borrar de todo los vestigios del pasado:
En las cuevas donde cada año se celebra al beato Ignacio de Loyola, patrono de la ciudad, están todavía visibles las pinturas que los naturales dejaron a los invasores. La verdadera, la cueva principal, fue tapada para protegerla, afirma José Luis Lara Valdés, doctor en historia y docente e investigador de la Universidad de Guanajuato.
Es la caverna más alta, casi en la cima, en torno a la que, dice la leyenda popular, ronda una niña que pide la lleven a los pies de Nuestra Señora de Guanajuato, sin voltear a verla y soportar que cada vez pese más. Si el cargador voltea, mirará a una sierpe y se convertirán en piedra; de lo contrario, encontrarán a la Ciudad Encantada.
Tras un ascenso hasta la base de la zona rocosa de La Bufa, Lara Valdés muestra la primera cueva-capilla que está en el camino para llegar a la cima del cerro. Ahí las autoridades tuvieron que poner rejas las figuras de Cristo crucificado y la virgen de Guadalupe, para protegerlas del vandalismo.
Una figura tallada en cantera roja muestra a un Ignacio de Loyola, patrono jesuita de la ciudad, que estrena cabeza nueva, con un color más intenso. El grafiti se encuentra por varias partes.
Al fondo, sobre el valle donde se perciben Silao y el Cubilete. Más al norte, el cerro del Gigante que resguarda al Valle de Huatzillo, al que los invasores españoles llamaron León.
Al trepar más metros. La vieja Mo-o-ti (lugar de metales), como los chichimecas llamaron a Guanajuato antes de la llegada de los españoles, se mira hacia el norte. Lara Valdés, uno de los estudiosos de las culturas antiguas y la geografía urbana en el estado, narró:
“Éste es uno de los sitios más antiguos de la región, donde los invasores buscaron minerales preciosos, acompañados por purépechas que trajeron desde Tzinzunzán y Pátzcuaro, sedes del poderío religioso de Michoacán, en 1533”
Buscaron oro y plata en la cañada y en las cuevas, donde no hallaron esos metales. La parte baja fue incorporada a su programa de poblamiento, “debajo de estos grandes crestones o cantiles o acantilados, llamados La Bufa y Los Picachos.
Fue así como surgió el Real de Minas de Santa Fe.
Hacia el poniente se visualiza la parte moderna de la ciudad. El acceso Diego Rivera lleva a una zona donde ya dominan dos altos edificios.
Las pinturas rupestres
En un alto en el camino se observan oquedades de varios tamaños. El ascenso continúa rumbo a la cueva más alta:
–¿Qué elementos hay para suponer que esto era ocupado por chichimecas o algún otro grupo humano prehispánico?
El historiador respondió:
–La pintura rupestre que, desafortunadamente, ha sido vandalizada por personas.
Lara Valdés añadió que los invasores hicieron de las cuevas espacios para la religiosidad católica para quitarle a los originarios sus “costumbres diabólicas, perversas, de embriaguez y otras cosas que la moral católica no podía soportar”. Prosiguiço:
-Aquí se reunían los antiguos pobladores. Mi pregunta es ¿desde dónde llegaban a reunirse aquí?, porque la pintura rupestre que aún se alcanza a ver -sumamente poca, muy poca- es semejante a la que podemos ver en la zona arqueológica de Arroyo Seco, en Victoria (al pie de la Sierra Gorda de Guanajuato), en San Felipe -en la Cueva del Indio- y en Aguascalientes; es el mismo tipo de presentación de figura humana, en el mismo color y en las mismas dimensiones, lo cual da la idea desde dónde venían a reunirse, ajenos a la calificación que dieron los colonizadores de “diabólicos”.
El investigador indicó que esas representaciones de figuras humanas en tono rojo y de siluetas en negro han sido documentadas desde Aguascalientes hasta Querétaro. El vandalismo ha destruido la mayor parte de esos vestigios. Resaltó:
–Este lugar ha sido un sitio ritual de paso, un ritual o varios en una fecha específica.
Afirmó también que se sustituyó el ritual de los pueblos originarios por el del catolicismo.
Describió ese proceso: los invasores establecieron el 31 de julio para celebrar el nacimiento de Ignacio de Loyola y en 1616 se establece como fiesta. Ni siquiera es un santo, pues apenas se le acaba declarar beato. Sin embargo, fue el elegido por los santafesinos de entonces y escogieron para desde hace 407años la gente siga subiendo al cerro a una festividad que tiene que ver con otra búsqueda.
Chichimecas o toltecachichimecas
Se ha llegado a la cueva más alta, donde están repintando la figura de Ignacio de Loyola. Hay grafitis y letreros y, al mirar con cuidado, se observan las figuras de representación de personas con una apenas perceptible tonalidad rojiza. Ahí está la prueba de que los toltecachichimecas pueden ser los primeros ocupantes de esta zona, aun antes del siglo XV, cuando llegaron los españoles al continente.
El académico apuntó hacia los picachos y se ven más oquedades: ahí hay más pinturas, pero también están vandalizadas. En El Cedro, hacia la zona de Calderones, existe otra cueva donde también hay pinturas rupestres. Afirma algo más interesante todavía: hay cuevas tapadas. La cueva principal fue cubierta por los originarios, para evitar que la usaran los conquistadores.
Las pinturas son hechas con base en un mineral llamado cinabrio, que se encuentra en ésta y otras regiones del estado, como Atarjea. Era tal la abundancia del cinabrio, dijo e, que venían de otros lugares a llevarlo y con èl armar la base para pinturas.
Si bien se atribuye a los chichimecas, quienes ocuparon estas tierras y le llamaron Mo-o-ti, las pinturas tienen una mayor antigüedad a las invasiones chichimecas venidas del norte.
Posiblemente se trata de toltecachichimecas: antes de la fundación del Tollan (la primera Tula, en lo que hoy es Hidalgo), eran chichimecos. Tula es el modelo pequeño de Teotihuacán, en la que se inspiraron, que ya para entonces estaba abandonada.
Los chichimecas eran nómadas cazadores y con la fundación de las primeras ciudades se establecieron nuevos modelos culturales con centros religiosos. En el caso de La Bufa, era sólo una zona para rituales.
Se apaga un poco la luz, el viento es más fresco. Líneas grises se derraman sobre valles que reverdecen. Hay que bajar a la ciudad española.
La Bufa y los Picachos esperan que cada 31 de julio lleguen las turbas a embriagarse y hacer diabluras, pero esta vez en nombre de Ignacio de Loyola y no de Ehécatl, Tire Pame o Curi Caberi.