La orfandad de nuestros días

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“El sentimiento de orfandad colectiva de nuestros días
es producto de los yerros del Estado mexicano y
de habernos arrojado en los brazos de la comodidad”
Abel Pérez Rojas.

Opinión.- La orfandad que experimentamos es producto de vivir en el día a día el desamparo que ocasiona corroborar que el Estado mexicano presenta una grave crisis. Los últimos sucesos, cuyos casos emblemáticos son la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa y las ejecuciones de Tlatlaya, nos restriegan en el rostro que esa construcción social, económica y política, llamada Estado, no está brindando eficientemente la protección a nuestros derechos humanos.

Durante la segunda mitad del siglo XX el máximo orgullo de los gobiernos de nuestro país consistió en un gran pilar: la paz social, que se consiguió acallando las inconformidades que de cuando en cuando solían aparecer y que esto no trascendía a la opinión pública.

Así, ante las voces que señalaron los excesos en el ejercicio del poder, la clase política siempre argumentó que los mexicanos gozábamos de paz social, de tal manera que algunos pasajes oscuros de nuestra historia –por ejemplo Tlatelolco y los de la llamada “guerra sucia”- eran plenamente entendibles ante las bondades de no experimentar los escenarios convulsos latinoamericanos de aquellos años, al menos así nos lo hicieron creer.

Nos dijeron que el secreto de la tan ponderada paz social consistía en la solidez de sus instituciones, en particular de sus fuerzas armadas.

Hoy, parece que todo eso se esfumó.

Estamos ante un despertar que no ha sido fácil: tenían razón las voces que alertaron de que los excesos del siglo XX y principios del XXI nos cobrarían la factura.

¿Dónde nos guareceremos cuando el cuestionamiento del actuar de las instituciones que cimentaron  al sistema mexicano es tanto nacional como internacional?

¿Sirvió de algo concesionar parte de nuestra libertad a los organismos y funcionarios que están contratados o fueron elegidos para velar por nuestro bienestar?

Todo indica que no, y que era una relación de conveniencia: unos hacían como que gobernaban bien y otros nos dábamos por servidos, mientras se contara con lo mínimo necesario para subsistir.

Así el sentimiento de orfandad nos ha atrapado desprevenidos. Entonces estamos ante la necesidad de entender cómo se supera y cómo se vive una orfandad.

Ya sustituimos este modelo, con otro y nos abrazamos a nuevas ideologías para no asumir el reto y la obligación de dejar de lado las recetas y asumir el trabajo de pensar por sí mismo. Tampoco dio resultado. Así que lo único que resta es aceptar que no hay de qué aferrarse, si lo que esperamos encontrar es un modelo claro y preestablecido que nos lleve a puerto seguro.

Sólo queda asumir la adultez.

Marcela Belén Comastri dice al respecto que asumir la adultez significa pensar, desarrollar un criterio propio, asumir la responsabilidad para con uno mismo, con su familia y con la sociedad, saber que somos independientes, pero a la vez dependientes de normas sociales, trabajo, pareja, que tenemos que vivir por cuenta propia, y que nuestra seguridad personal depende más del concepto que tenemos de nosotros mismos que del exterior, así como asumir con compromiso lo cotidiano, disfrutar de los logros que hemos alcanzado y establecer nuevas metas por alcanzar.

Ser adultos sociales también nos hace responsables de cuestionar las mentiras y los sensacionalismos con que nos manipulan ideológicamente, tanto los pseudointelectuales que a lo largo de la historia logran colocarse en un buen puesto o los políticos que nos dicen que todo está bien; cuando lo que ocurre en realidad es que no nos informamos a fondo ni nos interesa reclamar por lo que está pasando, ni corregir nuestro actuar social para cambiar las cosas. Hay mucho para reflexionar y actuar de tal forma que logremos construir la sociedad que queremos ¿O no?

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