Guanajuato vuelve a ser Cuévano con la apertura de la Presa de la Olla

Capitalinos y ciudadanos de otros municipios vivieron la tradicional apertura de las compuertas de la presa

Apertura de la presa de la Olla.

Por: Federico Velio Ortega Delgado.

Guanajuato, Gto.- Desde el parque Florencio Antillón, el gobernador que combatiera a los franceses, centenares de personas despliegan sus teléfonos celulares para presenciar la caída de agua de una presa que no tiene los niveles de otros tiempos, pero que había que sacarle algo de agua porque menester es hacer fiesta.

La brisa con olor a lodo que en otros años se extendía por la arbolada, esta vez se quedó en el recuerdo. Un caudal regular resonó entre los acordes de “Sobre las Olas”, de Juventino Rosas, interpretada por la Banda de Música del Estado de Guanajuato.

El pueblo mira la ceremonia de apertura desde el Jardín Florencio Antillón.

La clase política, encabezada por el gobernador Diego Sinhue Rodríguez Vallejo y el presidente municipal Alejandro Navarro, había bajado su pañuelo blanco y se disponían a recorrer el parque para darse el tradicional baño de pueblo.

Un paseo por el Paseo

La caminata rumbo a la fiesta de apertura de la presa se hace por el emblemático Paseo de la Presa, vialidad fruto del progreso porfiriano. Le flanquean casas de arquitectura varia, construidas entre los siglos XIX y XX.

En 1846 inició la construcción de algunas de las más representativas y elegantes casas de campo de los personajes acaudalados de la ciudad. Destacan personajes como don Ruperto Campuzano, don Pedro Carbajal y don José María Acevedo.

La de don Pedro Carbajal fue adquirida por don Marcelino Rocha. Fue una casa conocida, durante mucho tiempo, como la Villa Goerne y actualmente sirve como oficinas de gobierno del Estado. Fue significativa por su gran cantidad de habitaciones y haber recibido en septiembre de 1864 al efímero Maximiliano de Habsburgo.

Este contexto de nuevas casas fue el preámbulo para que en julio de 1847 se celebrara por primera vez la apertura de la Presa de la Olla a manera de ceremonia y fiesta popular, bajo el gobierno de Lorenzo Arellano. Isauro Rionda, quien fuera hasta su muerte el cronista de la ciudad, señalaba que en la ciudad se verificaban también las aperturas ceremoniales de otras presas siguientes.

Muchas de esas casas señoriales habrían de renovarse para convertirse ya a finales del siglo XX y ahora en el XXI, en hoteles de lujo que gozan con el favor municipal para contar con estacionamiento exclusivo.

Y ahí iba la gente. Unos a pie, otros en transporte públicos. Los buses, repletos; los taxis, hasta con el perro como pasajero. Si los de auto no llegaron temprano, debieron dejarlo a centenares de metros y a caminar, como cualquier simple mortal.

Vale la pena la odisea. Primero, las casonas cercanas al palacio de gobierno, convertidas muchas de ellas en restaurantes, hoteles o bancos, con sus estilos del neoclásico al art decó.

Luego, a cruzar el Parque Florencio Antillón con sus árboles sombreadores y jardineras sin césped, donde reposa el recuerdo de Jorge Ibargüengotia, bisnieto del liberal que le diera su nombre a esa área verde.

Es la ruta hasta el faro de esa presa que no tiene mar; presa concebida tras la sequía que la ciudad, y en general toda la Nueva España, sufrió en 1714

La obra empezó en julio de 1741, se llenó por primera ocasión en 1747 y quedó completamente terminada en 1749.

Los guanajuatenses tomar al 24 de junio como día de festejo para agradecer las lluvias a San Juan Bautista, patrono de la ciudad.

Inició con esta fiesta la era de caminatas desde la ciudad hasta la presa, por entre veredas que bordeaban al río. En 1795, el intendente Juan Antonio de Riaño y Bárcena comenzó la construcción de un camino por el que pudieran transitar coches tirados por bestias de tiro y carga. Así surgió la base de lo que luego sería el Paseo de la Presa.

La Nueva España habría de cerrar su ciclo, con una revolución de Independencia que afectó a la minería e hizo entrar en crisis a la ciudad.

Según la investigadora Verónica de la Cruz Zamora Ayala, la Presa de la Olla permaneció hasta 1846 completamente despoblada. Con el porfiriato, los ricos de la ciudad empezaron a construir fincas, especialmente para descanso.

La apertura de la presa

Ya casi es la una de la tarde. Era menester degustar chalupas y esquites, comer unos duros de harina preparados y rendirle honor a gorditas de nata y una brocheta de camarón adobado asado al carbón.

Al principio, por las bocinas colocadas por las autoridades sonaban cumbias, pero luego cambiaron a rolas de José Alfredo. Me cansé de rogarle, pero que le fuera bonito, porque por estos caminos de Guanajuato sigo siendo el rey. Así se confunden las letras cuando en vez de tequila de bebe agua fresca y se degusta silaoense nieve de bote.

El gobernador y el alcalde llegaron cuando faltaban 10 para la una. Les flanqueaban funcionarios municipales y estatales, así como legisladores tanto locales como federales.

Pañuelos blancos al aire y al unísono con el más guanajuatense de los valses, la apertura, necesario para desahogar la presa en caso de inundación o, simplemente, para limpiar el vaso y desazolvar el río, entubado a propuesta que en 1832 hiciera don Marcelino Rocha.

Ante las secuelas de la apertura de la presa, sobre todo por la obligada reconstrucción de caminos, en 1849 comenzó el entubamiento del río para forjar la base de lo que ahora se conoce como Paseo de la Presa.

La fiesta tomó grandes bríos con la resurrección minera de la ciudad en el porfiriato y aumentó el número de mansiones campestres a la vera de una calzada que ganaba calle y perdía río. Las cada vez más exuberantes casas se convirtieron en muestrario de la estética afrancesada de su época. El Paseo fue debidamente urbanizado para 1911 y tomó señorío del que queda todavía mucho

A finales del siglo XIX, a las fiestas de San Juan y la apertura de la presa se le empezaron a agregar juegos mecánicos, centros de diversión y puestos de comida.

Ahora estaban esos puestos casi tristes por la mañana, pero que al mediodía se llenaron de una andanada de gente de toda edad y condición social, que degustaba los antojos y con su teléfono celular consignaba el recuerdo.

La apertura debe hacer el primer lunes de cada mes de julio. El retraso y escasez de precipitaciones lo pasaron al 17 (y ha habido años que no es posible desfogarla).

Sin bien “ya no es como antes”, la fiesta tuvo sus detalles, con un gobernador que bromeó con la gente en su caminar desde la cortina de la presa hasta la entrada al parque.

Con su baño de pueblo envolviéndolo, se subió a su camioneta blindada, mientras la andanada bajaba por el Paseo de la Presa, a pie, en bus, en taxi o camino a donde dejó sus carros.

Me despedí del pequeño monumento a Jorge Ibargüentia, ubicado en el Parque, y fui a visitarlo a su casa.

Sentí cómo ironizaba de una ciudad que hace fiesta por una pequeña cascada de presa, que celebra con garnachas y otros antojitos la esperanza de que “ahora sí llueva”, y que donde dejó enterrado el ombligo sea un restaurante fifí. Esto no pasa, me dijo, en Mejorada del Campo –en España, donde murió cuando cayó el avión Olafo que lo iba a llevar a Bogotá el 27 de noviembre de 1983-.

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