Héctor David Oropeza Quirós y sus dos mundos: el canto popular y la música sinfónica

Maestro forjador de grandes flautistas mexicanos

Guanajuato, Gto.- Pianista y, sobre todo, flautista; formador de músicos. A sus casi 93 años tiene una lucidez en mente y manos. Es Héctor David Oropeza Quirós, el músico de dos mundos: el de la farándula popular y cinematográfica y el de las grandes orquestas sinfónicas. De la canción de arrabal a la ópera.

Tiene 75 años como creador, hijo de otro grande de la música y de la formación de músicos: Agustín Oropeza Barrera, primera flauta de la Orquesta Sinfónica Nacional.

Nació en la ciudad de México, pero fue registrado en Zacatlán, Puebla, el 29 de diciembre de 1930. Su infancia transcurrió en la privada Abraham González, de la colonia Juárez, envuelto en el mundo musical de su padre.

Empezó a tocar a los 18 años, cuenta, cuando entró a la Secundaria de Arte.  A los 19 entró al Observatorio Nacional de Música, que se ubicaba en San Cosme.

Empecé a tocar flauta, cuenta, y estudié y toqué también piano. Su maestro de flauta fue su padre.

En una ciudad que concentraba la farándula de su tiempo y que tenía en la radio su gran escaparate, entre los 20 y los 25 años trabajó en la XEW, donde grabó música para cantantes y compositores destacados: Agustín Lara, Miguel Aceves Mejía, La Tariácuri, Manolo Marroquín y Marco Antonio Muñiz, entre otros.

Fue la época en que surgió un gran guanajuatense: José Alfredo Jiménez. “No lo conocí”, aclara.

También grabó música para cantantes en la XEX, XEB y Radio Mil. Grabó para varias películas e incluso puede ser visto en una cinta actuada por Germán Valdez “Tin Tan”.

Narra con sencillez esa etapa de su vida:

“Mi carrera ha sido muy variada. Empecé a tocar en una banda de policía, pero no terminé bien ahí porque hubo problemas”.

Su talento también estaba para lo clásico: fue forjador de la Orquesta de la Ópera de Bellas Artes en 1955. Y narra otro momento:

“En 1957 empecé a formar parte del Ballet Folklórico de Amalia Hernández. Ahí toqué primero el flautín y luego una flautita de indígena, de carrizo, que yo mismo hice y con ella creaba música para ballets completos”.

Con ese instrumento viajó con el Ballet a países como Estados Unidos, Australia, Canadá, Colombia, Cuba, Venezuela y varios más de América Central, América del Sur y Europa. Su aventura folklorista no terminó ahí:

“Luego entré a tocar marimba; doce años toqué recitales de marimba. Hicimos un disco LP en Estados Unidos que no llegó a mis manos”.

En 1966, a los 36 años, entró a trabajar de planta en la Orquesta Sinfónica Nacional, tocando el flautín y la flauta. Su trabajo fue conocido a nivel internacional y, al igual que su padre, fue forjador de nuevas generaciones de músicos, especialmente de flautistas entre los que destaca Cuauhtémoc Trejo, primera flauta de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato.

Se jubiló en 1996 y laboró en restaurantes, donde tocaba acordeón y piano.

Luego se fue a vivir a la ciudad de León, donde convive con parte de una familia que nació y creció alrededor de la música.

A sus casi 93 años da conciertos de piano y se le honra como un maestro forjador de músicos de orquesta y como un referente de la música popular difundida por la radio y por la musicalización en el cine especialmente en su época de oro.

–¿Qué le dejó la experiencia de vida musical en esos dos mundos?

–Disfrutar la belleza de la música. Todavía sigo tocando, sigo grabando. Tengo una grabadora de ocho canales y ahí grabo. Uno de mis hijos toca el bajo, tiene muchas facultades y hemos hecho grabaciones”.

Lúcido y entusiasta, autocrítico que se exige a sí mismo remata la conversación:

“No me puedo quejar de lo que me ha dado la vida. Me quejo porque mis compañeros y muchos de mis familiares ya no están aquí, Podría vivir otros ocho o quince años más”.

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