Irapuato, Guanajuato.- El único público de José Carmen Bravo eran cabras, vacas y pajarillos, cuando se trepaba al árbol de huanumo, desde el cual cantaba las canciones de José Alfredo Jiménez, mientras los animales pastaban por el borde de la peña en su natal Rancho Nuevo Yóstiro.
“Yo me entonaba las canciones de José Alfredo, a mi estilo, en aquel entonces como era un jovencito de 15 años, cantaba que El Caballo Blanco, El Perro Negro, Me canse de rogarle, A la Luz de los cocuyos.”
Carmelo comentó que se subía al árbol a cantar para olvidar la tristeza, en ese tiempo era muy pobre, vivía una marginación terrible, usaba huaraches de reja, que cuando llovía la suela se desprendí y el “cantante del árbol” tenía que regresar con el huarache en la mano para que en casa lo repararan poniéndole alguna tachuela.
Sin embargo, el Irapuatense no solo era escuchado por los animales, pues su canto viajaba hasta el rancho, en una ocasión encontró en una de las calles a unos señores que tocaban unos instrumentos, un bajo sexto, un tololoche y un acordeón.
“Hey, muchacho, ¿tú eres el que canta arriba del huanumo? – Si señor, soy yo. A ver cántate uno con nosotros. Me dijeron esos señores que cantaban sentados arriba de unas piedras”.
Carmelo se sentía como un pavo real, por que los señores le dijeron que cantaba muy bien, incluso la que ahora es su esposa se ponía nerviosa porque él cantaba en dirección a la casa de otra muchacha y ella quería que le cantara a ella.
Desde entonces cada que veía a los músicos sentados en las piedras, José Carmen dijo que se acercaba a ellos y comenzaba a cantar, incluso había una persona del pueblo, que se acercaba, se compraba unas cervezas y se las tomaba escuchándolo cantar, ese hombre tiempo después le obsequio una guitarra, pues admiraba mucho como cantaba.
“Yo nunca aprendí a tocar la guitarra, soy como José Alfredo, a “chifliditos” nada más, pero eso sí, aunque no se nada de música, en cuanto escucho soy capaz de acomodarme, no se ni en que tono está, pero me acomodo”.
Dijo Carmelo que en una platica un amigo le dijo que en Irapuato habían organizado, la “hora del Aficionado” y le dijo que fuera a probar, sin embargo, en las dos ocasiones que lo intentó no pudo inscribirse, el cupo se había llenado.
Pero la carrera del “músico del huamuno” tuvo otras direcciones, pues conoció a un capellán que iba a la iglesia de Rancho Nuevo de Yóstiros, y lo escucho cantar y lo invito a formar parte del coro, Carmelo acepto, pero siempre se escondía detrás de todos los integrantes del coro, pero su voz sobresalía de entre todas las voces.