28 de septiembre: ánimas insurgentes se sumaron al desfile

Guanajuato, Gto. – Cuentan los antiguos, como parte del legado de leyendas del Guanajuato novohispano, que cada año, Miguel Hidalgo, Ignacio Allende y Juan Aldama bajaron a Guanajuato por la calzada del Tecolote. Van a encontrarse con Mariano Jiménez y el Pípila, pero se topan con un desfile de soldados, policías, burócratas y escolares que marchan para conmemorar la toma de la Alhóndiga de Granaditas.

Como pasó aquel 28 de septiembre de 1810, los insurgentes salieron al amanecer de la Hacienda de Burras, ahora llamada San José de Llanos. Ahora debieron dar un pequeño rodeo porque parte de su antiguo camino está cubierto con aguas de la presa de la Purísima.

En Guanajuato, el intendente don Juan Antonio de Riaño y Bárcena los esperaba. En tanto, de Valenciana bajaba el ingeniero Mariano Jiménez, delante de una turba de mineros, entre ellos un tal Juan José de los Reyes Martínez, conocido en redes sociales, cantinas de historiadores y libros de texto como “El Pípila”.

Mientras los viejos espíritus cumplían su ritual anual, en las calles –desde muy temprano- la gente colocaba sus sillas para esperar el desfile. Tradicionalmente empezaba a las diez de la mañana, pero el del año pasado fue un caos de inconformidad porque luego dijeron que sería a las cinco de la tarde y muy breve, para cambiarlo a las doce del mediodía y generar una rechifla al gobernador Diego Sinhue Rodríguez Vallejo por llegar tarde.

Desde entonces le dio por ser puntual.

En 2020 y 2021, el desfile no se realizó debido a la pandemia de Covid 19. Con éste van dos años que regresa en vivo, pero con más modestia, sin el boato de otras eras.

Embajadoras

Tropa del Ejército, elementos de la Guardia Nacional, policías, estudiantes, burócratas, bomberos, socorristas y demás tomaban sus lugares en espera del arranque de la marcha. Esta vez más temprano que de costumbre, pues saldría a las 9 de la mañana y se programó para ser breve y evitar el sol del mediodía, fuerte porque casi no ha llovido.

Hidalgo, Allende y Aldama bajaron temprano, por El Tecolote. Había calles y accesos bloqueados, pero no importó, ellos son ánimas. Don Miguel envió a Jiménez a que entregara unas cartas al intendente Riaño, amigo de tertulias del jefe insurgente para conminarlo a rendirse.

El intendente le respondió que “ni madres” (con el tiempo aprendió que así se dice ahora) y Jiménez regresó con la respuesta. Eso sí, contento porque le dieron un sabroso desayuno. Informó a su merced que las huestes españolas se encerraron en el granero de la ciudad, la Alhóndiga de Granaditas, cerca de donde ahora existe un mercado al que le pusieron el nombre del Generalísimo de Las Américas.

A eso de las ocho de la mañana. llegaron al Campanero, donde olía a café veracruzano y ricas viandas. Si tuviera cuerpo, tomaría un cafecito, aunque estoy más acostumbrado al chocolate, dijo don Ignacio. Yo buscaría mezcal o pulques, los venden aquí adelante, le comentó don Miguel. A don Juan Aldama se le antojaban unas guacamayas que vendía un durero ambulante.

Hidalgo y Jiménez se encontraron adelante del Tecolote, ahí por Manuel Doblado. Jiménez había cumplido su cometido no sin cierto fastidio: “estamos en 2023, ¿acaso no las podría mandar por WhatsApp?”.

Su Señoría don Miguel, informaba Jiménez, aquí está la respuesta de don Antonio. No se rinde. Supe que se encerrará en la Alhóndiga de Granaditas con 600 soldados realistas.

Como el ataque a la Alhóndiga sería hasta las cinco de la tarde, las ánimas de los insurgentes se quedaron a ver el desfile. En la zona de la Plaza de la Paz colocaron tapancos y vehículos para entretener a la gente. No pasó igual con quienes se apostaron en las inmediaciones de Embajadoras, Sangre de Cristo y Sopeña.

Estaba listo el preludio en la zona del jardín de Embajadoras: mensajes de las autoridades, discurso histórico del Cronista de la Ciudad, Eduardo Vidaurri, el himno nacional de un país que para los insurgentes aún no existía.

Esta vez todo arrancó en forma. Y el gobernador Diego Sinhue Rodríguez encabezó la marcha, flanqueado por el criollo Alejandro Navarro, la aspirante presidencial Samantha Smith y demás banda de la clase política, seguidos por tropa militar y policial.

Los insurgentes se aprestaban a tomar la fortaleza, cuando Allende le informó: me reportan que hacia el nororiente hay hombres armados que se podrían sumar a la causa. Supe que van rumbo a la Alhóndiga. Los esperaremos, comentó el Generalísimo de las Américas.

¿A qué hora llegan esas tropas?, se impacientaba Hidalgo. No tardan, dijo El Pípila, quien esperaba este año no cargar la pesada losa.

La gente que estaba en el paso a desnivel de Embajadoras fue la primera que aplaudió al desfile. Cuando el contingente pasaba por la plaza Allende, Miguel Hidalgo y sus huestes avanzaron rumbo a la Alhóndiga, complacidos por los aplausos y porras. No sabían que eran para los contingentes.

Pasaron unas mojigangas que representaban a los insurgentes. No se parecen a mí, dijo Hidalgo; tampoco a mí, replicó Allende. A la Corregidora tampoco le harán gracia, añadió Aldama.

El gobernador Diego SInhue y el presidente municipal Alejandro Navarro, con atavío de charro negro, entraron al expalacio Legislativo para ver pasar desde los balcones a los contingentes. Ahora estuvo ahí el nuevo presidente del Congreso del Estado Miguel Salim. El otro Miguel, Hidalgo y sus huestes siguieron rumbo a Granaditas para esperarlos.

Marcharon estudiantes de las preparatorias militarizadas, elementos de las Fuerzas de Seguridad Pública del Estado, del Ejército Mexicano y la Guardia Nacional con sus vehículos de campaña.

La mayor parte empero, eran burócratas de organismos municipales y estatales, así como de la Universidad de Guanajuato, con su recién protestada nueva rectora. Muchos de los marchantes tenían los estragos de la buena vida y era evidente que no tendrían condición física para el asalto al granero. Es tropa poco útil para atacar a Riaño, reportó Allende.

Pasaron los contingentes de los municipios, entre los que destacaron los chichimecas de San Luis de la Paz, de no muy grato recuerdo para la historia de los peninsulares novohispanos.

Luego siguieron las policías y remataron con el ejército y sus vehículos artillados. Las ánimas de los insurgentes vieron de nuevo pasar a los helicópteros por encima de la ciudad.

Nos serían muy útiles, exclamó el Cura de Dolores. De aquí se van a sus pueblos, aclaró Jiménez. Lástima.

Ambulancias y carros de bomberos continuaron, para rematar con jinetes disfrazados de insurgentes. Somos los originales, señaló el padre de la patria.

El fuego simbólico

A la una de la tarde, el gobernador, el presidente municipal y sus huestes llegaron a la Alhóndiga y realizaron la tradicional Renovación del Fuego Simbólico. Otra vez los mensajes: aquí nació México, somos grandeza, unidad, orgullo, etcétera.

–¿Ya se fueron? -preguntaron Hidalgo y Riaño.

–Ya –informó Allende.

Entonces hicieron su anual ceremonial. Don Miguel y compañía atacaron, Riaño salió a enfrentarlos, una bala le atravesó un ojo, lo regresaron a la Alhóndiga y le siguieron disparando a los insurgentes.

El Pípila se colocó la losa, con brea y aceite le prendió fuego a una de las puertas y entraron a masacrar a quien se les atravesara, sin importar si eran civiles o soldados, hombres y mujeres.

La ciudad volvió a la normalidad. Las ánimas de los cabecillas insurgentes regresaron a las esquinas de la Alhóndiga a descansar un año más, en espera de otro 28 de septiembre, para volver a recordar la batalla. El intendente también los espera para repetir el martirio por defender a la ciudad que tanto amó.

El Pípila regresó a su cerro de San Miguel, a seguir sosteniendo su antorcha y aguantar que le peguen chicles en las axilas, no sin antes advertir a los líderes insurgentes: el próximo año no vamos a esperar que empiece el desfile. Haremos nuestra batalla sin autoridades que luego lanzan discursos en nuestro nombre.

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