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La leyenda, ex campeón mundial de peso pesado e ícono social, el estadounidense Muhammad Alí, quien fue uno de los deportistas más notables de la historia, falleció este sábado a los 74 años, en un hospital de la ciudad de Phoenix, Arizona, a causa de problemas respiratorios, lo anunció su familia en un comunicado oficial.
El notable deportista nacido en Louisville, Kentucky, el 17 de enero de 1942, bajo el nombre de Cassius Marcellus Clay que luego mutó por el de Muhammad Alí, había ingresado durante esta semana al hospital, a raíz de inconvenientes respiratorios derivados del Mal de Parkinson que lo afectaba desde hace tres décadas, y su muerte sorprendió debido a que el último parte médico hablaba de una “condición satisfactoria”.
Tres veces campeón mundial de los pesos pesados y campeón olímpico a los 18 años: desaparece un icono de EUA, una de estas figuras que sirve para explicar qué significa ser estadounidense, un hombre controvertido cuya trayectoria, desde los desgarros sociales de los años sesenta a la llegada de un afroamericano a la Casa Blanca en 2009, define la historia reciente de EE UU.
Ali fue un negro golpeado por las humillaciones de la segregación que proclamó su identidad con orgullo. Un deportista locuaz que exhibía su ego sin modestia: “¡Soy el mejor! ¡Soy el mejor! Soy el rey del mundo”, dijo cuando ganó el campeonato mundial contra Sonny Liston. Un activista más cercano al estilo desafiante de Malcolm X que al ecumenismo de Martin Luther King en la defensa de los derechos civiles de los negros. Un héroe deportivo que se convirtió a una religión extraña para la mayoría de sus conciudadanos. Influido por las enseñanzas del grupo religioso Nación del Islam, adoptó el nombre de Muhammad Ali y eligió él mismo, descendiente de esclavos anónimos, su propio nombre y religión. “No quiero ser lo que vosotros queréis que sea”, decía.
Su oposición a la guerra del Vietnam no fue sólo retórica: rechazó el reclutamiento obligatorio, fue sentenciado a cinco años de prisión y perdió el derecho a boxear. “El cong (por Vietcong, los vietnamitas que luchaban contra Estados Unidos en la guerra) no me llama nigger’”, dijo. Nigger es la palabra más peyorativa usada para designar a los estadounidenses de origen africano.
El Tribunal Supremo le dio la razón en 1971 como objetor de conciencia, y pudo regresar al cuadrilátero, donde participó y venció en dos combates extravagantes y legendarios: el Rugido de la selva en Zaire (actual Congo), en 1974 contra George Foreman; y, al año siguiente, en Manila (el combate conocido como Thrilla in Manila), contra Joe Frazier.
A principios de los ochenta se retiró y poco después los médicos le diagnosticaron el Parkinson. Inició una etapa dedicada a las causas humanitarias. Con los años, el polarizador se convirtió en una figura de consenso, celebrado por blancos y negros, a derecha e izquierda. George W. Bush le condecoró.
“¿Quién podría haber predicho a finales de los años sesenta, cuando Muhammad Ali era vilipendiado por la prensa deportiva y por la mayoría de la América blanca como un racista negro, un agitador bocazas, que se convertiría en la elección obvia para encender la antorcha en los Juegos Olímpicos de Atlanta de 1996, como un símbolo del entendimiento, la paz y el amor internacional?”, escribió en 1998 el escritor Budd Schulberg, autor de la novela de boxeo Más dura será la caída, que inspiró la película protagonizada por Humphrey Bogart.
Cuando iniciaba su carrera política, en su oficina electoral de Chicago, Barack Obama tenía una fotografía de Muhammad Ali en un combate con Sonny Liston. No era casualidad. “Muhammad Ali representaba algo más que boxeo. Tenía un sentido político, el sentido de un orgullo afroamericano que se afirma a sí mismo”, dijo hace unos años, en una entrevista con este corresponsal, David Remnick, autor de las que seguramente sean las mejores biografías de Ali y de Obama.