Los educadores permanentes son como los buenos magos

 Columnistas Abel 660 x 330

“He ahí la magia de la educación:
tocar y ser tocado en lo más profundo
de nuestro mundo interior”.
Abel Pérez Rojas.

“Cuando un mago hace un efecto y te sientes engañado, no es un buen mago, es una persona que se aprovecha de cosas que desconoces. Un verdadero mago es el que logra que regreses a tu casa pensando que tuviste la oportunidad de vivir algo único e ilógico… que los efectos no se sientan, que lo que se disfrute sea la atmósfera. Eso hace a un buen mago”, afirma lo anterior el Mago  HD mientras converso con él, con su colega Smayfer y con el mago bizarro Ricardo Vleid en un céntrico restaurant de la ciudad de Puebla.

Guardo la frase anterior, y ya con más detenimiento recapacito en que la afirmación es sumamente aplicable para hacernos reconsiderar la similitud de las características descritas del buen mago y la huella formativa que dejan algunas personas, que hacen de educadores permanentes en nuestras vidas, aún sin saberlo.

Hay personas que, independientemente de haber cursado o no estudios formales sobre pedagogía o andragogía, provocan que asumamos nuestra transformación con nuevos derroteros a partir de una frase, de un ejemplo, de un diálogo, de un experimento o de años de convivencia.

Son personas que provocan nuestra transformación, sin importar las circunstancias en que eso se dé. Simplemente nos tocan el alma, y nos transforman.

Mi madre fue una mujer autodidacta, a quien la caracterizaban: su afán por aprender de todo, y su prestancia a ayudar a los demás. Nos sembró el respeto por los libros y nos enseñó a ser atentos escuchas de  las conversaciones, sobre todo con los adultos; eso transformó nuestras vidas.

Por ejemplo, al lado de mi madre, mis hermanos y yo aprendimos desde temprana edad lo que significa el valor del trabajo; lo aprendimos de la siguiente manera: mis hermanos mayores vendiendo comida en los trenes del ferrocarril y los menores en otras labores, por ejemplo, yo desde los diez años laboré en una jarcería.

La actitud de mi madre me hace tener muy claro lo que es un educador permanente: un ser que propicia la autoliberación de las personas sin importar  su edad, su posición social, su credo religioso, su economía o su formación escolar, tanto de sí mismo como del otro, en entornos creados exprofeso, y que te provoca pensar que estás viviendo algo único y, a veces, hasta ilógico.

Son tantos los detalles y los momentos maravillosos que vivimos cuando estamos cerca de un educador permanente que tratar de desmenuzarlos es tan infructuoso como aquellos destazamientos tratando de extraer el alma del cuerpo humano.

En efecto, un educador permanente en la extensión de la palabra es como un buen mago: no nos hace sentirnos defraudados, nos hace vivir cosas únicas y su labor está en elementos muy puntuales que crean atmósferas dignas de ser vividas.

¿Dejará usted huella en los demás como los buenos magos, pero sobre todo como buen educador permanente?

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