La mina embrujada -cuento-

La mano de una anciana lo sujetó fuertemente por el brazo. Sus uñas eran largas y negras, cuando giró la pequeña lamparita alcanzó a ver el rostro de la mujer.

Por: MakaBrown

Hace cientos de años, las minas de Guanajuato fueron los más grandes yacimientos de oro y plata en el mundo.

De hecho siempre hubo oro en las minas, pero nuestros antepasados no se atrevían a ingresar en las entrañas de los cerros pues existía la leyenda de que una bruja cuidaba del metal precioso.

Una de las primeras minas tenía un socavón hecho por la naturaleza. Aún no se usaba la dinamita ni la maquinaria que hoy en día todos conocemos. Cuentan, que en aquella mina que estaba por el rumbo del Cubilete, todos sabían que había oro en su interior, pero nadie se atrevía a cruzar por el tétrico túnel, pues comentaban que adentro vivía una bruja que hechizaba a los intrusos.

Cierto día de septiembre, un joven lupio de nombre Nicolás, debido a su gran necesidad económica se vio obligado a traspasar la puerta del infierno.

Con una mochila a la espalda y un pequeño pico se adentró con una lámpara de carburo hacia el interior. No había caminado siquiera unos seis metros, cuando su lámpara se apagó. La encendió nuevamente pero la flama era muy tenue y apenas iluminaba unos cuantos centímetros delante de él.

Caminó durante varios minutos, adentrándose con cuidado de no rozar su cabeza con las piedras que podrían rompérsela como una alcancía.

Casi doscientos metros adentro, sorprendentemente se encontró con una piedra que tenía al menos un ochenta por ciento de oro. Su avaricia fue tal, que se fue adentro más y más.

Parecía increíble cuando descubrió que no solamente había oro y plata, sino también diamantes. Fue guardando las piedras en su mochila con gran excitación, pues sabía que su vida a partir de ese momento podría ser otra.

El silencio que era total, fue interrumpido por aquel grito que retumbó en la oscuridad. La mano de una anciana lo sujetó fuertemente por el brazo. Sus uñas eran largas y negras, cuando giró la pequeña lamparita alcanzó a ver el rostro de la mujer. Era una viejita de al menos unos cien años. De baja estatura y encorvada le preguntaba que a dónde llevaba esas piedra.

Nicolás al principio se asustó mucho, pero sabiendo todo lo que estaba en juego trata de respirar muy hondo para controlarse un poco.

-¿Cuáles piedras señora, no llevo nada?

-No te hagas pendejo mi´jo, no te hagas pendejo, repetía la anciana.

-¡En serio!, no llevo nada le decía mientras le daba un fuerte empujón a la viejita lanzándola por el aire.
Nicolás salió corriendo, no sin antes revisar que en la mochila estuvieran las piedras preciosas. Para su sorpresa, no cargaba otra cosa que piedras comunes. Las aventó en el suelo intentando reaccionar para ver qué había ocurrido, y justo cuando se agachaba, frente a él estaban los pies de la bruja de la mina.

-Te lo dije, pendejo, te lo dije, le recriminaba la anciana mientras lanzaba un conjuro en latín.

La piel de Nicolás comenzó a llenarse de llagas hasta que la sangre estuvo a flor de piel. Comenzó a desintegrarse hasta que quedar como un esqueleto. Sus huesos crujieron y quedaron sobre el suelo. Luego, misteriosamente se fueron convirtiendo en bellos diamantes, que se sumaban a los millares de piedras por todo el socavón.

La bruja tomó uno de ellos con sus macabras manos, la guardó en su delantal y se adentró nuevamente hacia la oscura mina de Guanajuato, a la espera de nuevos visitantes.

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