Johannes Climacus escribe en el texto Postscriptum no científico y definitivo a Migajas filosóficas la frase “Pero, ¿qué es la interioridad? Es el recuerdo”. Si cabe mencionar una distinción entre el recuerdo y la memoria es porque se pone en entredicho la tesis hegeliana que la interioridad es la exterioridad. La memoria, podría decirse a partir de dicho texto, se convierte en un aspecto exterior, acumulativo o descriptivo que releva a la interioridad misma; no obstante, el recuerdo permitiría tener un acercamiento a quien recuerda.
Cabe destacar que, mientras el seudónimo kierkergaardiano hace referencia a esta distinción en relación al orden del existente y su felicidad eterna, sería interesante preguntar si no es factible en otras esferas como la educativa por ejemplo.
Si la educación toma como su máxima solo a lo memorístico no haría más que situarse en un error; dicho error consiste en tratar de forcluir al sujeto y sus pasiones de aquello que se quiere gestar: un aprendizaje. Si el lugar de las pasiones únicas, intransferibles e irrepetibles queda fuera de la educación (llámese primaria o superior) no se hace más que eliminar la posibilidad de una apertura al devenir subjetivo y se limita a recitar de memoria, sin estar inmiscuido, un dato que será desechado al paso del tiempo.
Un recuerdo irrumpe de manera intempestiva. Desgarra la cotidianidad sesgando el tiempo en pequeñas tiras. En el recuerdo puede pensarse un ser-implicado-ahí que a veces parece inconcebible.
Responder de memoria o comprender demasiado es lo más cómodo. Se puede querer condenar el aprendizaje a un campo de la conciencia, medible y cuantificable. Pero el recuerdo no es sino aquello del lado del porvenir. Un porvenir que sitúa al sujeto en su construcción cognitiva. Sin embargo, el recuerdo es peligroso. Cuando un acontecimiento sobrepase el orden de la conciencia puede mirarse con desdén y hasta sospechoso: Marx, Freud, Nietzsche, Jorge Cuesta entre otros son vestigio de esto.
Si la educación merece una reforma esta debería de incluir al sujeto para pensarse distinta. No es simple infraestructura lo que se debe de cambiar, sino situar al sujeto y la educación como una dialéctica que se anuda con la pasión. Entender al sujeto como cliente y la educación como producto de mercado podría pervertirse a un grado tal que se piensa siempre en lo calculable, en lo memorístico y en lo cuantificable.
El reto es pensar la memoria acompañada del recuerdo, como la vida-muerte que no puede ir una sin la otra; una educación que incluya al sujeto y no sólo a la memoria. Climacus escribe: “La exterioridad es el velador que despierta al durmiente (…) la exterioridad es el llamamiento que pone a los soldados de pie (…) pero la ausencia de exterioridad puede significar que la interioridad misma llama al hombre desde su interior -¡ay!, pero también puede significar que la interioridad no surgirá en lo absoluto”.
Pensemos una letra que se escriba en el sujeto; letra que deje huella; la repetición con su diferencia y siempre con la posibilidad de gestar algo nuevo; que el recuerdo de aquello construido asalte por sorpresa la consciencia del sujeto y no se limite al 2 x 1=2.