“Eran días de recogimiento”: así se recuerda la Semana Santa
María de Jesús compartió las costumbres y leyendas de la Semana Santa que vivió durante su infancia
Por Daniela Solórzano.
Irapuato, Guanajuato.- María de Jesús Zamarripa una mujer irapuatense de setenta años relató cómo era la semana santa en su infancia. Ella recordó sus vivencias en estas fechas, siendo ahora una mujer de la tercera edad. “Las cosas van cambiando y ya cada quién la vive como quiere”, mencionó que hoy en día, ella respeta los días santos con devoción, pero sin la rigurosidad de aquellos tiempos.
Durante su niñez, su madre y su abuela se encargaron de inculcar las costumbres cuaresmales a ella y sus hermanos. María tiene muy claro lo que significan estos días de oración y reflexión. Le explicaban desde niña que era muy importante comportarse y conmemorar los días que pasó sufriendo Jesús en el desierto, su muerte y resurrección.
Su familia respetaba los cuarenta días y comían habas, lentejas, capirotada, caldo de camarón, nopales y en su mayoría frijoles. Ella contó que durante todo el año esperaba ansiosa esas fechas para probar los platillos, pero luego se cansaba de tener que comerlos todos los días.
El viernes de Dolores le gustaba mucho porque se hacían cuelgas con plátanos, naranjas, jícamas. En las casas se acostumbraba acompañar el altar de la virgen de los Dolores con tendederos de frutas. Todas las personas regalaban agua e invitaban a sus familiares.
El radio estaba lleno de música sacra, la gente no salía de sus casas, tampoco cocinaban, la comida la preparaban antes de que comenzara la semana santa puesto que eran tiempos de luto “siempre decían que eran días de recogimiento”. Una de las creencias más comunes era no asearse en esos días: “Decían mis vecinas que en la semana santa no se debía de bañar nadie porque se hacían pescados y cuando mi mamá me mandaba a bañar me miraba los pies a cada rato con miedo de que se me hicieran como de pez”.
Se decía que todos los que viajaban en semana santa, ya fuera de paseo o por otro motivo, sufrían accidentes de todo tipo e incluso fallecían. Su abuela la llevaba a visitar al Cristo negro a Salamanca. Todo su recorrido era a pie y había largas filas para entrar al templo. “Es como un respiro que se daba en esos días”, menciona María.
Ella contó que vivía por donde anteriormente estaba el Cinema Rialto (ahora Coppel) y su mamá les contaba historias de personas que no respetaban los días santos: “Y yo decía: ay Dios mío, ¿por qué será eso? Siempre afuera del cine quemaban unos Judas bien grandotes y cuando los prendían se miraba la lumbre y el humadero, ya nos asomabamos a la esquina, que según el diablo se había llevado a las gentes o que se las había tragado la tierra por salirse a la calle”.
Desde el jueves hasta el domingo, además de muchas oraciones, su agenda estaba llena de actividades religiosas. Luego de visitar los templos, la llevaban a pasear por los puestos que se encontraban alrededor. Era común ver Judas que “tenían el nombre de cada gente, hasta con su cuete y todo. Si se portaban muy mal, hombre o mujer tenían su mono y un carrizo redondo con un cuete, para el sábado de gloria quemarlo”. También vendían bolillos con conserva de chilacayote con piloncillo y canela; a veces cuando había dinero, podía disfrutar de un bolillo o algún dulce.
Cada viernes santo, su mamá la llevaba al Vía Crucis y a las tres caídas al templo del Convento, cuenta que ella nunca entendió por qué se llamaban las tres caídas hasta que creció. El domingo iban temprano a misa, porque si llegaban tarde, el padre podía dejarlos fuera.
Muchas de esas tradiciones ya no se siguen de la misma manera. María ya no sale de su casa más que a misas, se sienta a ver la televisión o escucha música para amenizar sus tardes. La comida de cuaresma dejó de ser preparada únicamente para esta ocasión y ahora la consume cuando tiene antojo. Sin embargo, sus reflexiones tienen un significado que en la infancia no comprendía: “yo digo que es mejor portarse bien que dejar de comer carne o ir a todos los templos”, expresó.