León, Guanajuato.- Así como en septiembre las casas lucían pendones tricolores, era de rigor poner el nacimiento a la entrada de la casa, sobre todo si iba a haber posadas. Pocas casas estaban adornadas con series de luces navideñas y el árbol era visto más como asunto de ricos.
De Piletas a la Industrial; de La Garita a San Agustín; allá por la Estación y por las nacientes La Carmona y San Carlos (Presidentes de México) y las todavía rurales San Pedro de los Hernández y La Brisa, pululaban las posadas con sus peregrinos y su remate con la piñata.
Las Posadas eran para rezarle a la virgen y comer dulces y ponche, no eran para bailar.
Las familias más devotas tenían un nacimiento con figuras pequeñas y otro de figuras grandes, para ser cargadas por los peregrinos.
En las parroquias no faltaba el cura farol que presumía sanjoseses, vírgenes Marías, burros y bueyes de medio metro de altura. Esos peregrinos no los tenía ni Kennedy.
Pero había un espectáculo extra en las fiestas navideñas de hace 50 años: los coloquios y las pastorelas.
Las pastorelas
Son pequeñas obras de teatro que tratan sobre el camino de la Virgen y San José a Belén para recibir al Salvador.
Se considera a “La Adoración a los Reyes Magos”, escrita por fray Andrés de Olmos, la primera pastorela escenificada en México. Fue escrita en idioma náhuatl y contiene pasajes como el del Rey Herodes, quien dice a los mensajeros de los tres reyes: Id a darles la bienvenida; dadles el parabién de su llegada.
En 1530, fray Juan de Zumárraga, primer Obispo de la Nueva España, expidió una ordenanza para celebrar una Farsa de la Navidad Gozosa de Nuestro Salvador. Posteriormente, con los autores laicos las pastorelas se alejaron de su contenido puramente religioso para adquirir un carácter más popular, que reflejan costumbres y formas de vida de diferentes regiones, originándose con ello muchas versiones locales.
Y así se hizo en León y en el siglo XX seguían representándose.
Los párrocos organizaban pastorelas: en San Antonio, el Espíritu Santo; a veces en el centro la Casa de la Cultura montaba una obra adaptada por algún irreverente, con situaciones actuales y algo de sarcasmo.
Algunas escuelas primarias, antes de salir a vacaciones, montaban una versión abreviada, de menos de una hora de duración, con diablos con cuernos de plástico y ángeles con alas emplumadas con papel de china, con ropajes adornados con oropel, donde el apuntador se escuchaba más que los niños.
Por lo regular, las pastorelas se representaban durante dos o tres años consecutivos, luego ya no había. Las y los abuelos nos hacían el encargo:
-A ver, m´ijo, vaya a preguntar a ver dónde hay pastorela.
-Dicen que el Santo Dominguito; este año ya no habrá en San Juan Bosco.
-Uy, no; hasta San Carlos de Romo está re lejos.
-La del centro tiene un diablo que parece vieja y no respetan a señor San José.
Era tomar la bicicleta e ir a las notarías parroquiales para saber dónde estaría ese teatro ceremonial. Era la manera de amarrar más dulces, cañas y tejocotes en las posadas nocturnas.
Los coloquios
Pero allá en tierra de migrantes, la colonia Industrial, de 1976 a principios de los ochentas fue escenificado El Coloquio de la Santísima Trinidad, montado por la matriarca María de los santos Velázquez, oriunda del rancho del Coecillo, de san Felipe Torres Mochas.
Gila, Bato, Bras, Feliciano, Arminda, Bartolo y otros pastores estaban ahí, con sus sombreros adornados con coloridas flores de tela y papel y con sus báculos hechos con palos de escoba adornados con papel de China y listones, también de colorida variedad.
Al frente, los celestiales arcángeles (San) Miguel y Gabriel. Junto a ellos, la Virgen María y Señor San José. También estaban los demonios: El Pecado, Luzbel y Apetito.
Aparecían también Adán y Eva, sus hijos Abel y Caín, el Gran Poder, la Misericordia y los bufones El Loco y El Ermitaño.
El Coloquio era un Teatro Ritual Popular de herencia virreinal.
Casi no era escenificado, pues tenía como peculiaridad que duraba toda la noche. Sólo en algunas colonias del poniente de la ciudad era representado.
Los coloquios se fueron; las pastorelas se han convertido en un espectáculo a veces hasta televisivo, se han montado en teatros, con elaboradas vestimentas.
Abajo del pavimento, por donde ahora circulan automotores, se quedaron las serpentinas y la cera de las velitas, las varas de las lucecitas y el olor a cabello quemado.
Ya no hay diablos, tampoco ángeles y mucho menos vírgenes. Se nos fue el Coloquio y se los llevó con él.