Columnas

Mensajero sobre ruedas -cuento-

No entendíamos lo que pretendían. Ya les habíamos entregado nuestros celulares y dinero.

Por: MakaBrown

Hace un mes aproximadamente, fui con mi novia al cine de Silao y al salir nos cenamos unos tacos ahí por la zona centro. Ya era muy tarde y tomamos un taxi para acompañarla a su casa. Cuando el taxi se detuvo en el semáforo de la calle 5 de Mayo un par de sujetos se subieron a la unidad y con sus pistolas nos encañonaron.

—Ni la hagan de pedo, nos dijo el que se subió en la parte delantera, —porque aquí me los chingo.

Nos regresamos al cajero que está cerca del cine donde estábamos y nos obligaron a sacar lo más que se podía del cajero.

Le ordenaron al taxista que se dirigiera rumbo a Romita. No entendíamos lo que pretendían. Ya les habíamos entregado nuestros celulares y dinero.

Esperaron a que pasaran las doce de la noche y regresamos al cajero. Pudimos disponer de otra cantidad similar a la anterior.

—No intenten hacer nada extraño, nos ordenó aquel sujeto con cara de ranchero.

Fue una experiencia muy desagradable y la verdad nos volvimos muy desconfiados. Quedamos como apanicados solo de pensar que nos podría suceder nuevamente alguna experiencia como la de aquella vez.

Para el día de muertos, estuvimos en la subterránea acá en Guanajuato. Nos la pasamos muy padre, primero fuimos a la Presa de la Olla, nos sentíamos como en Xochimilco paseando en aquella colorida trajinera.

Luego, dimos un rol por el centro y mi novia vive en la zona sur, sin que le hiciéramos la parada, un taxi ahí cerca del mercado Hidalgo se detuvo junto a nosotros.

Aunque era un taxi verde, vimos que era un poco diferente a los de aquí de la ciudad. Nos habíamos vuelto muy desconfiados, y por eso alcanzamos a checar que no era de los de Guanajuato. Pero como casi no había servicios de taxi a esa hora, y además la noche era muy fría, no lo pensamos y nos subimos.

El chofer era un señor ya grande, como de unos ochenta años. Un poco calvo y se veía muy amable. Traía una boina tipo española, color negro, que combinaba con su saco y pantalón.

Antes de que le dijera hacia donde iríamos, nos dijo: “Si, ya se hacia donde van, no se preocupen”, y se dirigió por la glorieta Santa Fe rumbo a la zona sur de la ciudad.

Durante el camino nos venía observando por el espejo retrovisor, y de pronto le preguntó a mi novia: “Oiga, ahora por qué viene tan callada, siempre platica mucho con los choferes… ¿siente mi vibración, verdad?”.

— No, nada de eso, contestó tranquilamente mi novia.

— Sí, claro que sí. Y los comprendo, entiendo que hace poco ustedes pasaron por problemas muy desagradables. No se preocupen, no tengan miedo, relájense, les va a ir bien. Entiendo que más adelante ustedes van a tener una separación, pero usted joven, no la deje, porque finalmente ustedes van a estar juntos.

— Nos vio nuevamente por el retrovisor, pero no nos dijo nada, dio vuelta hacia la derecha y se estacionó justo afuera de la casa de mi novia.

— ¿Aquí baja ella, verdad?, dijo.

— Así es, asentí.

— Sin decirle nada, me regresó nuevamente al centro donde lo habíamos abordado.

Ya en el camino de regresó cundo íbamos por el nuevo acceso, me comentó “ustedes han pasado por muchas situaciones, pero a mí me enviaron para que pueda ayudarlos en algo, porque yo soy un enviado”. En ese momento comenzó a darme miedo el viejecito.

Al llegar al Mercado Hidalgo, se estacionó cerca de la entrada de la subterránea. Le pregunté ¿cuánto le debo?, se volteó y se me quedó viendo.

—No es nada amigo.

—¿Cómo nada?

—En serio, no es nada, pero si puede, rece un Padre Nuestro y por favor préndame una veladora. Y discúlpeme que lo apresure, pero hay otras almas que me están esperando.

Un escalofrío recorrió toda mi columna vertebral, al escuchar las palabras del extraño mensajero sobre ruedas, aquel que se perdía entre la oscuridad de la subterránea de Guanajuato.

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