Sanar del rencor

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“Es un asunto de paz interior,
dejar pasar las afrentas”
Abel Pérez Rojas.

El rencor es un sentimiento que avanza muy lenta y silenciosamente carcomiendo nuestra interioridad. A veces es demasiado tarde para percatarnos del daño que nos ha ocasionado y cómo ha repercutido agravando el mal en nuestro círculo cercano.

La animadversión que nace en contra de alguna persona o situación cunde de tal manera que, con el paso del tiempo, perdemos de vista quién o cuál fue el foco originario de todo ello.

El resentimiento contamina todo. Las personas y sus relaciones no son las mismas porque nada es suficiente para saciar esa emoción que se va autoalimentando y que contagia, luego, al sentimiento, desde ahí se autojustifica contaminando al pensamiento.

Por eso no basta con pensar y repensar en aquello que nos hirió; porque nuestros pensamientos cuando se encuentran ante esa situación se enredan más y más, en un efecto similar a la goma de mascar que pegada a nuestra suela se adhiere cada vez más cuando tratamos de deshacernos de ella.

Para liberarnos de ese odio y antipatía que llamamos rencor no queda de otra que entrar a un profundo proceso de sanación y reconciliación con nosotros mismos, sí, con nosotros mismos, porque en realidad el otro no existe, lo único que ocurre es que vemos nuestros defectos reflejados en el otro, y eso que vemos nos disgusta.

Cuando algo así ocurre en nuestra vida, salta por encima de nosotros mismos el ego que trata de controlarlo todo, dominarlo todo, incluso dictar lo que el otro debiera estar haciendo para que nosotros podamos sentirnos bien.

Por eso, sanar el rencor es un proceso en el que hay que ir paso a paso a paso.

Es casi inminente que al abordar el rencor aparezca el perdón. Lamentablemente cuando pensamos en el perdón, en gran medida lo hacemos desde la visión religiosa y sus agregados, que tienen por fuente común la culpa como motor de manipulación y chantaje de la especie humana.

Por otra parte pensar en el perdón, es también asumir una actitud de yo-bueno, tú-malo, que tampoco conduce a mucho, porque es una forma de seguir justificando “los correctos pensamientos” que el ego dicta.

En cambio, una reconciliación con nosotros mismos permite dejar pasar lo que consideramos las afrentas de los otros, como si fuéramos una especie de ventanas a través de las cuales transitan el aire y la luz.

La meditación es una de las tantas técnicas empleadas para este fin, pues aquieta la mente. Permite volver a respirar paz, que en medio del rencor no se puede encontrar.

Al meditar -cuando el rencor y la ira nos aquejan con los recuerdos- logramos que éstas emociones pasen por nosotros sin obstruirlas, pero sin asirnos  a ellas, entonces damos pasos certeros a liberarnos del dominio de éstas y otras emociones.

Ahí, también, podemos ver los hechos con desapego, para observarlas con detenimiento, sin la obsesión de lo pasado, y encontrar las claves de nuestra vida, reconciliarnos con nosotros mismos y con el otro.

Vale la pena intentarlo. Vale la pena sanarse.

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