Guardia en el Hospital -cuento-

Le puse dos dedos sobre el cuello y alcanzaba a sentir sus pulsaciones, podía sentir como corría la sangre por su venas.

Por: MakaBrown

Me tocaba la guardia en aquel enorme hospital. Llevaba todo mi equipo de protección personal, pues el virus era poderosamente transmisible.

Le había prometido a mi niña que cuando regresara del trabajo le llevaría algún regalo, aunque luego me arrepentí de haberle dicho eso por dos razones, la primera, porque la verdad no tengo idea de cuándo regrese a casa; y la segunda, pues que esta todo cerrado.

Con más de medio millón de muertos en el mundo la cosa se está poniendo cada día más cabrona. De hecho, tan solo aquí en el hospital tenemos cuarenta y ocho cuerpos en bolsas negras, esperando que venga un tráiler a recogerlos. Los cuerpos no serán entregados a sus familiares, pues según se puede propagar el maldito virus.

Aunque en el hospital hay mucho movimiento, en la zona que estoy casi no va nadie. De hecho, no va nadie. Es en la parte subterránea del hospital. Es como un pequeño escondite de los que pocos lo saben. Por una parte está mejor, porque casi no hay compañeros, pero por otra… ahí están los muertos.

Me serví un café extragrande, me llevé una galletas y tome el elevador. Apreté la tecla “Sub”, que era la del último piso a la que había acceso por el elevador. Después tenía que descender por las escaleras tres pisos.

El silencio era total. Hasta acá no llega el ruido de todo el movimiento que se vive en la parte de arriba. En un pequeño pasillo estaban apilados los últimos cuerpos que habían llevado los del equipo especializado del virus.

Tuve que pasar por el lado de aquellas bolsas negras. Cuando levante la vista noté que algo pasó corriendo. Pensé que era una sombra ¿pero una sombra de qué chingados?, ¿un gato?, ¿una rata?.

Decidí dar unos pasos lentos hacia adelante. No se veía nada raro. En eso se escuchó un lamento. Venía de una de las mesas que estaban en uno de los cuartos de la derecha. Estaba el cuerpo de una chica acostada. Alcancé a ver que ligeramente movió uno de sus brazos.

Intenté encender las lámparas de ese cuarto, pero solamente parpadeaban. Deje en una mesita de entrada el paquete de galletas y mi café que tenía en las manos. Me acerque lentamente….

-¡Ayúdame! Me dijo.

Di un brinco para atrás. Aquella chica estaba clínicamente muerta. No podía ser cierto que estuviera hablando.

¡Ayúdame!, repitió, ahora con más fuerza.

Me acerque y le tomé el pulso. Pude sentirlo, así como escuchar su respiración, aunque lento, pero respiraba.

Le puse dos dedos sobre el cuello y alcanzaba a sentir sus pulsaciones, podía sentir como corría la sangre por su venas.

Aquella chica a pesar del momento y de la situación, alcancé a notar que era extremadamente bella. Tenía el cabello negro, negro y su piel totalmente blanca. Sus rasgos eran muy finos.

De pronto aquella bella chica, abrió los ojos. Al principio me asusté, pero pronto me calme.

-Estarás bien, le dije, estarás bien.
Sus ojos eran igual de negros que su cabellera. La tomé de los brazos y la ayude a inclinarse un poco. Le puse varias almohadas en la espalda y alcanzó a inclinarse lo suficiente como para agradecerme.

-Gracias, muñeco, me dijo.

Me sacó de onda eso de muñeco, pero no me desagradó.

-¿Cuánto tiempo llevó aquí me preguntó?

-Varios días, le contesté.

-Ayúdame a sentarme.

La tomé por los brazos y se pudo sentar en la orilla de aquella sólida mesa. Traía una bata color azul que contrastaba con el blanco de su piel.
-¿Te gustaría acompañarme?, me preguntó.

– ¿A dónde?

– A un lugar donde será muy feliz.
Me dio un poco de nervios que me estuviera hablando en ese tonó.
-No me has dicho cómo te llamas, le dije tratando de cambiar de conversación.

– “MakaShondy”, me lo dijo abriendo su boca con total sensualidad.
No me dijo más. Sus labios se unieron con los mí, mientras sus brazos se entrelazaban por detrás de mi cuello.

No paraba de besarme y yo no quería que parara. Pude sentir aquel filo de sus colmillos rozando la piel de mi cuello. Alcancé a sentir como escurría mi sangre y como la bebía y relamía.

¡Bienvenido amigo, bienvenido al mundo de los vampiros, bienvenido a la Dinastía Maka!, estás salvado. Aquella vampira sonrió.

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