Leyenda: La Hechicera del Barrio del Ranchito

Irapuato, Guanajuato.- En Irapuato se cuentan muchas leyendas, pero una de ellas que impactó a los vecinos del Barrio del Ranchito fue la de una hechicera en la colonia. La autora de Leyendas de Irapuato, Celia Velázquez Vázquez de Durán narra la siguiente leyenda:

“Caminaba con paso rendido, las piernas y los zapatos empolvados y en partes salpicados por el lodo del camino. De estatura mediana y muy delgada, el pelo lo que se dice crespo y de color oscuro, acorde con la piel morena…caía sobre su espalda y se esponjaba como un resplandor enmarcando la cara de facciones enjutas. Una bolsa de ixtle en cada mano; nadie había sabido nunca que contenían pero sí suponían una y mil cosas; que flores de toloache, que pócimas, que muñecas con alfileres, etc., ella continuaba su marcha por la calle de Guerrero para dar vuelta hacia la izquierda por alguna arteria que la condujera al Ranchito.

La mirada un poco perdida, más bien sumergida en sus pensamientos, permitía que la gente a sus anchas la observara y diera rienda suelta a su curiosidad. Unos se persignaban, otros, sonreían con burla, unos pocos con cierto respeto, porque algo tenía esa mujer enigmática.

–Mírala, allá viene como todas las tardes, dicen que se junta con otros brujos allá detrás del Cerro de Arandas–.

— ¿Y pa´ qué tú?, ¿Qué será lo que hacen?-

–Pos ve tú a saber, cosa de brujería, que dizque hasta invocan al diablo–.

— ¡ Ave María Purísima!.

Cuando llegaba al Ranchito inconscientemente se sentía mejor, la gente la veía con familiaridad,.

–¿ Adiós Luisa, uno de estos días te voy a visitar para que me hagas una limpia–.

De eso vivía y a veces hasta de hacer otros trabajitos, de los que la gente les llama males.

Era de edad indefinida y aun los más viejos sentían que siempre la habían visto, con su vestimenta parda, menos aún recordaban si alguna vez esa ropa había sido negra.

Por fin llegó a su vivienda, cerró tres de si desvencijada puerta para no volver a salir hasta el día siguiente a muy temprana hora.

Corría el año de 1912 y en todo el país se sentía la efervescencia de la Revolución, pero Luis la curandera, se mostraba indiferente, al menos en apariencia lo que ocurría a su alrededor. Su conducta parecía inmutable ante cualquier alteración social. Algunas veces se quedaba en casa, esto sucedía los martes y los sábados y era entonces que recibía a la gente. Nadie como Luisa para curra el mal de ojo a los niños, para desterrar del cuerpo las más raras enfermedades y hasta el espíritu, los remordimientos y las culpas. Nunca se podía asegurar a ciencia cierta si sus artes eran blancas o negras; ni ella lo sabía pues mezclaba rezos religiosos con prácticas paganas y nigromantes.

Pero siempre era solícita en sus servicios como en aquella noche, por ejemplo:

¡Luisa!, ¡Luisa, ábreme!–.

Era la hija del tendero, que con piedra en mano golpeaba la vieja puerta a la vez que con fuertes gritos llamaba a la hechicera.

El catre junto a la puerta, la casa se componía de un puerta grande de adobe y un amplio corral, Casi todas las viviendas del barrio eran así, no importaba el número de sus moradores, ni tampoco si algunas familias eras más solventes que otras, y es que nadie absolutamente había experimentado la idea del confort; entonces, no hacía falta tener diez cuando se sabía contar tan sólo hasta seis. En ellos alcanzaba validez este refrán.

Luisa abrió la puerta cuando aún no acaba de despertar y Teresa entró en cando pudo hasta el centro de cuarto.

–¡Mi padre, mi padre!—

–¿Qué le pasa a tu padre?—

–¡Ay Luisa, está muy enfermo!—

La curandera la invitó a que se calamar y tomara asiento, señalándole un trozo de viga que se encontraba tumbado junto al fogón. Ella accedió y poco a poco se fue calmando cuando su atención se ocupó en aquel cuarto tan singular: un retrato prisionera dentro de una media, cabellos trenzados colgados en la pared, racimos de ajos despidiendo su olor característico, costalillos de tela que no podía definirse ni su color ni su clase pues la mugre y el tiempo no lo permitían.

Pronto, Teresa comenzó a relatar atropelladamente lo que ocurría a su padre.

Dijo que todo había comenzado hacia cosa de un mes, cuando un individuo llegó al establecimiento a mostrar al tendero algunas novedades, entre ellas un elixir para que en una semana le brotara cabello y como el buen tendero sufría de profundos complejos a casusa de su calvicie, había recibido aquella oferta como un proveniente del mismísimo cielo. Pero…que sin embargo, a  pesar de que todo el mes la había pasado frotándose la desierta testa ni un cabello siquiera había asomado, entonces optó por ingerir el líquido, lo que al momento le había provocado fuertes retorcijones y una copiosa diarrea que los médicos no habían podido curar.

Más tarde Luisa frotaba la cabeza del tendero con un líquido mientras le daba de tomar otro, mientras susurraba sus rezos. Horas después el hombre estaba sombrado: del dolor no quedaba ni rastro. Pero… se llenó de júbilo cuando notó que en su cabeza asomaban algunos cabellos.

En otra ocasión, exorcizó a un  espíritu que atormentaba hacía tiempo a un joven. Los médicos habían diagnosticado epilepsia., pero en aquel tiempo inspiraba más confianza una curandera y… en efecto, en una noche de luna llena, cuando el mal se posesionó del muchacho, Luisa trazó una cruz de ceniza en el centro del patio y desde allí ordenó al espíritu inmundo que saliera de aquella persona. El espíritu salió y dicen que penetró con fuerza al pozo de la casa, porque las aguas comenzaron a moverse con rabia incontenible. Pero el joven en cambio, recobró la paz y pudo desempeñar nuevamente sus actividades cotidianas. Dicen, también que ese pozo fue tapado pero que cada vez que hay luna llena se escucha el rugido del agua que golpea con furia sus paredes. Nadie, hasta ahora se ha atrevido a levantar las pesadas losas que lo cubren.

Más no todo era fácil para Luisa, pues a veces se convertía en objeto de escándalo y de incomprensión popular. En varias ocasiones se escapó inclusive de morir linchada. Así sucedió cuando en una ocasión el rio que pasaba por donde ahora se ubica la central camionera amenazaba con desbordarse. La hechicera sabía que era hora de ausentase de su vivienda para evitar represalias, si es que así les podía llamar a los ataques injustos que en esos casos recibía.

Algunos irapuatenses recordarán aquellos inquietantes días, con sus angustiosas noches, cuando pasaban los serenos tocando las puertas para advertir a la gente que debía permanecer en vigilia, pues de un momento a otro podría reventarse el rio, y algunos afirmaban haber visto a una bella señora vestida de negro que caminaba por las orillas; nada menos que misma Virgen de la Soledad que velaba por la paz y seguridad de su pueblo. En efecto, ninguna desgracia personal hubo que lamentar.

Sin embargo, nadie podía quitar de la cabeza de los misántropos de que se trataba de una desgracia enviada por Dios en respuesta por la presencia de una mujer impía.

Luisa se encontraba en su escondite al pie del cerro de Arandas y hasta allá fue un grupo encolerizado a buscarla. Iban armados con palos, piedras y picos.; portaban sendas antorchas, pues la noche era obscura. En el cielo se veían brillar unas pocas estrellas y el camino en algunos tramos estaba empantanado por lo que se dificultaba la marcha.

Pesaban que tal vez hubiera sido mejor cruzar el cerro y no rodearlo como lo habían hecho. Pero… ya iban muy aventajados para rectificar y si el lugar era el que suponían, entonces….ya estaba muy cerca.

E efecto pronto contemplaron un gran resplandor, era una inmensa hoguera; apagaron entonces sus antorchas para poder así acercare. Ocultos, detrás de unos huizaches, pudieron presenciar la singular escena.

Los brujos danzando se inclinaban a recoger puñados de tierra, para lanzarlos al aire. Luego, Hacían unas pequeñas fosas y algo enterraban, continuando la danza rumbo a sus guaridas.

Apagada la hoguera, los cazadores fueron al lugar para extraer lo enterrado: sus ojos no podían creer lo que estaban viendo; se trataba de muñecos muy semejantes a ellos, que inclusive portaban: palos, piedras y picos, Recuperados de la sorpresa, comenzaron a destruir sus réplicas lanzando los fragmentos tan lejos como les fue posible. Llenos de cólera, su objetivo era consumar el propósito. Iban rociando agua bendita en el camino, pero… al llegar a la guarida de los hechiceros fueron atropellados por cinco cuervos y pajarillo que salían volando, para confundirse con el negro de la noche.

A Luisa la curandera nunca más se le volvió a ver; pero los vecinos del Barrio del Ranchito aseguran haber visto en repetidas ocasiones a un pajarillo negro merodear por la que fue su vivienda, dicen entonces, que es la hechicera que no olvida a su gente”.

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