Con el “agua loca”, de que nos ganaron… ¡nos ganaron!

-¡Échate otra we!, me decía el futuro ingeniero químico mientras me daba un vaso con agua de horchata y alcohol del noventa y seis.

Apenas llevaba un vaso pero ya sentía que el piso se me movía. Algunos cantaban, otros discutían, otros estaban en la fogata muy pensativos. Unas chicas bailaban. Se podía respirar un aire de celebración.  Un aire de esperanza. El saber que terminaban su carrera como químicos y como enfermeras hacían que todo fuera felicidad.

No supe exactamente cuánto bebí ( de hecho perdí la cuenta al cuarto trago). Pero de lo que sí me acuerdo fueron de varias imágenes y varias palabras de los egresados.

-Mira mi cabrón… me decía uno de los chavos que traían puesta una bata blanca… bueno, ni tan blanca, porque entre la fiesta, los “autógrafos” y el baile, más bien lo dejamos solamente en “una bata”.

-Mira mi cabrón. Me lo repetía por enésima ocasión  mientras sostenía su vaso con agua loca. Cuando nosotros preparamos el agua –loca-  por cada doscientos litros, le ponemos veinte litros de alcohol, del rojo, ¡no te vayas a confundir puto, con el azul!, porque te quedas ciego, ja,ja,ja,ja, reía tan fuerte que sus carcajadas asustaron a los patos que se encontraban dormidos en la Presa de la Olla, junto al Embarcadero, mejor conocido como “El Embriagadero”.

Agregamos otros diez litros de mezcal, diez de charanda y cinco de vodka. Cuando el preparado es para nosotros, utilizamos los toneles nuevos – señalando los tambos de basura donde el agua ya estaba a la mitad-. Le ponemos el concentrado de horchata con una cuantas latas de leche ¡zas!, canela, un chingo de azúcar… hielos y … ¡Pa´dentro!. No le vayas a decir a nadie que te pasé la recete mi cabrón, porque es receta secreta. Para menearle usamos escobas.

-¿No manches, neta todo eso nos estamos tragando?, le pregunté mientras veía los puntitos de “canela” sobre el agua.

-Simón we. Pero no te asustes, la escoba es nueva. Si es para otras facultades, ¡usamos escobas usadas!, jajajajaja, nuevamente los patos hacían su alboroto ante las tremendas carcajadas.

Brindé con mi amigo de ocasión y me puse a bailar “quebradita” con unas chicas que andaban todavía más ebrias que yo. Apenas y nos podíamos parar, pero las risas, el baile y el cachondeo nos acompañaron por toda la noche.

Casi al amanecer… parecíamos zombies, pero como los buenos bebedores, aguantamos hasta el final. Hasta la cúspide…. Hasta el climax de la fiesta: “La quema de batas”.

Uno a uno fue quemando –literalmente-  su bata en la hoguera, daban gracias a Dios, a sus padres, a sus amigos y compañeros. Un momento indescriptible, el llanto en los ojos de todos los presentes no podía faltar. No había alguno que fuera discreto.

A todo pulmón y con el llanto en el alma, se despedían de su generación. Los nuevos ingenieros en química y los nuevos licenciados en enfermería comenzaban su vida profesional.

Cuatrocientos litros de agua loca. Cuatrocientos litros de llanto. Cuatrocientos litros de felicidad. Dos tambos de doscientos litros cada uno hicieron que ese momento fuera inolvidable. Más allá de los borrachazos, guacareadas, bailongo, presuntos embarazos, raspones… olor a las batas quemadas…

Hoy que leo la nota de unos “niños” que prepararon quinientos litros de “agua loca”, quedé un poco sorprendido, y lo digo por varias cosas: Jamás igualarán el momento, jamás igualaran el objetivo… jamás.

Lo que sí es cierto, es que en cantidad nos ganaron, más no en la calidad de una buena borrachera, con todo el sabor una buena “agua loca”.

 

 

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